Queridos diocesanos:
Las lecturas de la Palabra de Dios de este domingo nos hablan de dos aspectos muy importantes de la vida de todo cristiano: de la fe y del miedo a los que nos rodea.
Los discípulos sabían que Jesús estaba dormido en la barca pero, ante la tormenta y las olas que han ido arreciando, se apodera de ellos el pánico y ya no confían en el Señor, piensan que Jesús no se va a enterar de lo que está pasando y que van a perecer. Por eso, a gritos llaman al Señor e incluso se atreven a reprocharle: ¿No te importa que perezcamos?
Jesús tiene que echarles en cara su poca fe, su cobardía y su miedo ante la dificultad sabiendo que él estaba con ellos.
Jesús, además de echarles en cara su poca fe en él, calma la tempestad
En nuestra vida como cristianos sentimos muchas veces que el miedo nos paraliza y no nos decidimos a vivir la fe de una manera plena.
— Unas veces es miedo al mismo Jesús, porque pensamos que, si le damos la mano, se va a quedar con el brazo entero. La aceptación de Jesús en nuestra vida y la fe en él, nos exigen conversión, cambio de vida, y nosotros sentimos miedo a esa conversión que pide un auténtico seguimiento de Jesús, y preferimos vivir como siempre.
— Otras veces sentimos miedo de nosotros mismos: de nuestra debilidad, de nuestra poca constancia, de nuestras debilidades, y sentimos miedo de conseguir en nuestra vida lo que nos pide el Señor. Porque somos frágiles y débiles, porque nuestra vida de pecado nos inclina a seguir sus huellas en vez de las huellas de Jesús. En esta tesitura no nos decidimos a vivir la fe y desde la fe.
— Otras veces el miedo es a los demás: miedo al qué dirán si nos tomamos en serio la fe y vivimos de acuerdo con sus exigencias, miedo a las críticas, a que nos condenen, a que nos consideren del grupo de los que viven en otro mundo.
— Otras veces es miedo al ambiente en el que vivimos: un miedo que nos paraliza porque solo vemos dificultades, porque el ambiente presiona de tal forma en nuestra vida que nos resulta imposible sobreponerse a él para vivir nuestra fe.
A los discípulos les paralizaron y les llenaron de miedo aquellas olas, aquella tormenta fuerte, se asustan y creen que van a morir.
A ellos, Jesús, además de echarles en cara su poca fe en él, calma la tempestad y hace volver la paz al mar y a los corazones de sus discípulos.
Este es el secreto para quitar nuestros miedos: saber que por encima de ellos está siempre el Señor que cuida de nosotros, que no quiere decir que no tengamos dificultades y que no tengamos que luchar contra ellas, pero que nunca podemos quedarnos paralizados y bloqueados por las dificultades, porque sabemos que el Señor está con nosotros.
Comprometámonos en la vivencia auténtica de nuestra fe sabiendo que el Señor puede mucho más que nuestras dificultades, nos quita el miedo y nos acompaña siempre
Este fue el razonamiento de san Pablo cuando pasaba momentos especiales de dificultad: «Ante esto ¿qué diremos? Si Dios está con nosotros ¿quién contra nosotros? Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada? Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó» (Rom 8, 31-37).
Este debe ser también nuestro razonamiento: Dios está con nosotros y él nos dará la fuerza que necesitamos para poder ser fieles a nuestra fe por encima de las dificultades.
Hoy necesitamos creyentes intrépidos, valientes testigos del evangelio, que vivan y sean testigos de su fe en todo momento por encima de las dificultades.
Comprometámonos en la vivencia auténtica de nuestra fe sabiendo que el Señor puede mucho más que nuestras dificultades, nos quita el miedo y nos acompaña siempre en todas las dificultades que tengamos, si bien nos pide que, de nuestra parte, pongamos también lo que nos corresponda.
+ Gerardo
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