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El papa Francisco expresa la necesidad del Jubileo de la Esperanza de esta manera:
«Quizá, hoy más que nunca, necesitamos el Año Jubilar, frente a tantos sufrimientos que provocan desesperación, no solo en las personas directamente afectadas, sino también en todas las sociedades; frente a nuestros jóvenes, que en vez de soñar con un futuro mejor, a menudo se sienten impotentes y frustrados; frente a los nubarrones, que en lugar de retroceder, parecen ceñirse sobre el mundo; el Jubileo es el anuncio de que Dios nunca abandona a su pueblo y siempre mantiene abiertas las puertas de su Reino».
El mundo ha vivido un tiempo duro, triste y de desconcierto e incertidumbre, de pandemia. En él hemos tomado conciencia de la vulnerabilidad del ser humano, de cuyos efectos no lo ha librado ni el dinero, ni el poder económico, ni la técnica.
Una vez más, y de una forma extraordinaria, Dios sale a nuestro encuentro, se acerca a nuestra vida y nos hace sentir su presencia y su amor
Necesitamos reforzar nuestra fe y fortalecer nuestra confianza y esperanza en el Señor que sigue en medio de su pueblo y nos sigue ayudando.
La pandemia socavó nuestra confianza en nosotros mismos y en nuestras propias fuerzas y nos concienció de que necesitamos esperanza para afrontar la vida con ilusión y sentido, y que esa esperanza debe ser esperanza en Dios, que no abandona nunca a su pueblo ni a cada uno de sus hijos.
Gracias a Dios pasó la pandemia, pero no nos hemos recuperado del todo. Sus efectos siguen haciendo mella en las personas, y seguimos necesitando recuperar la esperanza de la vida después de tanto sufrimiento, necesitamos seguir recuperando la fe en el amor de Dios que murió por nosotros, y necesitamos seguir viendo nuestra vida con futuro, en el que tenemos que entregarnos de lleno a anunciar al Señor como nuestro único salvador, que se preocupa de nosotros y nos ayuda en todos los momentos.
Hemos de hacer renacer nuestra esperanza en nuestra vida como algo urgente después de todo el dolor y la incertidumbre que vivimos, apoyándonos fundamentalmente en el amor de Dios que nunca falla ni nos abandona.
Hemos de hacer renacer nuestra esperanza en nuestra vida como algo urgente después de todo el dolor y la incertidumbre que vivimos
Una vez más, y de una forma extraordinaria, Dios sale a nuestro encuentro, se acerca a nuestra vida y nos hace sentir su presencia y su amor, hecho misericordia para perdonar nuestros pecados y revivir en nosotros el ardor la ilusión y la esperanza en la vida de cada uno de sus hijos.
Nuestro mundo, nuestra Iglesia, y todos cuantos la formamos, necesitamos de este acontecimiento jubilar, porque necesitamos ver el mundo y los acontecimientos que nos rodean con la mirada de Dios.
Solamente desde esa mirada es desde donde seremos capaces de ver a Dios presente en este mundo y en los hombres y mujeres que forman parte de él.
Ello nos hará comprender y vivir con alegría, porque el bien que sembramos crece silenciosamente y nada podrá apartarnos del objetivo final de la obra evangelizadora: «El encuentro con Cristo y la alegría de vivir la fraternidad unos con otros por toda la eternidad».
Este destino final, y nuestra mirada al mismo, nos capacitarán para vivir con esperanza, evangelizar con entusiasmo y poder cumplir con entrega nuestra misión de evangelizadores y de agentes de evangelización que tenemos todos los bautizados y, especialmente, los sacerdotes, porque sabemos que no somos francotiradores que luchan en solitario, sino acompañados, en todo momento, por el Señor, como Él nos prometió.
+ Gerardo
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