El Reino de Dios se parece a una semilla que un hombre siembra en el campo, y sin que él se dé cuenta va creciendo y la tierra va produciendo su fruto, crecen los tallos y, poco a poco, va madurando. Cuando está granada, se recoge el fruto.
Se parece también a un grano de mostaza que el hombre siembra en la tierra y, a pesar de ser la semilla más pequeña, luego se convierte en la más alta de las hortalizas y los pájaros anidan a su sombra.
En ambas parábolas hay un hombre que siembra la semilla y Dios que la hace crecer.
Todos debemos ser sembradores de la semilla del Reino de Dios Y tenemos que confiar en que, la semilla que hemos sembrado, Dios la hace crecer. Hemos de sembrar con esperanza.
Jesús encomienda la siembra de la semilla a los apóstoles y, en ellos a toda la Iglesia, cuando envía a los apóstoles con estas palabras: «Se me ha dado poder en el cielo y en la tierra, id por el mundo entero y predicad el evangelio».
Este envío no solo es para los apóstoles, es un envió a toda la Iglesia y, por lo mismo, todos debemos sentirnos enviados a sembrar la semilla del Reino, la semilla de la Palabra de Dios, para que los demás la conozcan y produzca fruto abundante en ellos.
¿En que tierra nos manda que sembremos la semilla? En el corazón de todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, en los hombres y mujeres de nuestro tiempo, en nuestras familias, en nuestras relaciones con los demás, en todos y cada uno de los que comparten con nosotros su vida, en los de cerca y en los de lejos, en todos los seres humanos; para que se conviertan y ajusten su vida a las exigencias de la Palabra de Dios y del estilo de vida de los seguidores de Jesús. Para que el Señor pueda salvarlos.
Hemos de ser sembradores de la semilla del Reino para que produzca su fruto, para evangelizar al hombre de hoy, que tantas veces vive al margen de las exigencias del evangelio.
Se trata de abrir a Dios nuestro corazón y el de los hermanos, sean quienes sean
Como decía san Juan Pablo II,: «Hemos de hacer realidad la evangelización del mundo actual, llevando el mensaje salvador de Cristo al corazón del mundo».
En esta tarea de llevar al corazón del mundo la semilla del Reino, el mensaje salvador de Cristo, hemos de priorizar llevarla y sembrarla en nuestro mundo más cercano, como es nuestra familia, ayudándose mutuamente los esposos a vivirla y hacerla presente en su vida, enseñándola a los hijos, siendo testigos de ella para los vecinos, los amigos, los parientes y todas las personas con las que compartimos nuestra vida y con todas las personas que nos rodean.
Se trata de abrir a Dios nuestro corazón y el de los hermanos, sean quienes sean. A los que creen, para que sigan creyendo y su fe vaya, cada día, madurando; a los que creen a medias y tienen una fe acomodada a sus pocas exigencias, a los que rechazan a Dios y su mensaje, y a todos los que no creen, para que el Señor haga fructificar en todos, las semilla.
Tenemos que confiar en que, la semilla que hemos sembrado, Dios la hace crecer
Llevando al corazón del, hombre actual, la semilla de Reino, lo ayudaremos a que se encuentre con Cristo, lo conozca y se interese por él y su mensaje. Lo mismo que tantos y tantos ante la semilla, se han planteado su vida y han seguido y estamos siguiendo a Jesús y la vida que Él nos pide.
Hemos de sembrar la semilla del Reino de una doble forma: con nuestra palabra, siendo valientes para defender nuestra fe y anunciar a Cristo como el que da respuesta a todos los interrogantes del hombre de todos los tiempos y, sobre todo, con nuestra vida y con nuestro testimonio creyente, de tal manera que los demás, ante nuestro ejemplo y testimonio, quieran glorificar también ellos a nuestro Padre Dios y vivir el mensaje de Jesús en su vida.
Y no olvidemos nunca la promesa de Cristo: «Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» y que, lo que nosotros sembremos, el Señor lo hará fructificar con su gracia.
+ Gerardo
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