Día del Seminario

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    Como cada año celebramos en la Iglesia en España, en este mes de marzo el Día del Seminario. Este año lo hacemos el 18 y 19 de marzo. Una jornada y una campaña destinada a la reflexión sobre las vocaciones sacerdotales para tomar conciencia de la necesidad de buenos obreros que trabajen en la mies del Señor.

    Este año, nosotros lo celebramos con el lema «Desde el corazón...», que nos está diciendo que desde el mismo corazón de la Iglesia, que es la eucaristía, se nos pide que pongamos cada uno lo que esté de su parte para que siga habiendo jóvenes que quieran empeñar su vida al servicio de Dios y de los hermanos. Precisamente porque los sacerdotes son imprescindibles para la celebración de la eucaristía. Sin el sacerdote no hay eucaristía.

    Cristo ha elegido a los sacerdotes para que entreguen su vida al servicio suyo y de los hermanos. Para todo lo que conlleva el servicio a Dios y a los hermanos tienen los sacerdotes una importancia capital, pero son imprescindibles en la celebración de la eucaristía.

    • El sacerdote es necesario para llevar adelante la evangelización del mundo, que el Señor nos dejó como encargo a toda la iglesia, porque él es quien anima, quien prepara y ayuda a los demás para que puedan ser verdaderos agentes de evangelización, siendo él mimo el primero que es y se siente evangelizador.

    • Es igualmente necesario para dar a conocer el mensaje salvador de Cristo al mundo por medio de la predicación de la palabra y toda la actividad catequética.

    • Es necesario con su testimonio de vida de entrega a Dios y a los hermanos, animando a los demás a que den verdadero testimonio de fe, también ellos, para los demás.

    • Es necesario para el ejercicio de la caridad en la Iglesia, como animador de los laicos en esta tarea, y como quien comparte no solo sus bienes, sino toda su vida en favor de los demás, de manera prioritaria de los pobres y desahuciados de la sociedad, a imagen de Cristo, buen pastor.

    Pero el sacerdote es absolutamente necesario para la celebración de la eucaristía. Gracias al sacerdote la comunidad puede gozar de la eucaristía. Él es quien la celebra y sin él, no habría eucaristía. El preside la comunidad que se reúne en torno a la mesa de la palabra y la mesa eucarística, y repitiendo el mismo gesto y las mismas palabras de Cristo en la Última Cena, Cristo se hace sacramentalmente presente, ofreciéndose al Padre como víctima en el altar, para el perdón de los pecados de los hombres.

    El sacerdote hace realidad aquel gesto y aquellas palabras de Cristo a los apóstoles, cuando después de haber cenado tomó pan en sus manos, dando gracias al Padre se lo dio a sus discípulos diciéndoles: «Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo». Del mismo modo tomó la copa de vino en sus manos y dando gracias de nuevo, lo paso a sus discípulos diciendo: «Tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos, para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía».

    El sacerdote, repitiendo el mismo gesto y las mismas palabras de Cristo, cumple el encargo recibido de Él: «Haced esto en conmemoración mía». Y, siendo el sacerdote pobre, débil y pecador, cada vez que lo hace, realiza el milagro de la transustanciación; es decir, el pan se convierte en el cuerpo de Cristo y el vino en su sangre.

    Decía santo Tomás de Villanueva que la relación del presbítero con la Iglesia, con la comunidad cristiana, no es como una relación de aislamiento de ella, sino una relación como pastor y servidor de la comunidad eclesial. Destaca de una manera clara la importancia del ministerio sacerdotal, en cuanto que su ministerio es insustituible en la función sacrificial de la eucaristía.

    El sacerdote, además de ser quien hace posible la eucaristía repitiendo el mismo gesto y las mismas palabras de Jesús, debe ser un hombre de eucaristía, un hombre que la valora, la vive con verdadera reverencia, un hombre que pasa largos ratos ante el sagrario, meditando en el gran significado de la presencia de Cristo allí y agradeciendo al Señor que, a pesar de su pobreza e indignidad personal, sin embargo le haya dado este poder y le haya confiado tan sublime misión.

    + Gerardo

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