Terminamos un año y comenzamos otro

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    Queridos amigos y hermanos:

    Terminamos el año 2017 y estrenaremos, si Dios quiere, el 2018. Lo hacemos en un ambiente social cuando menos enrarecido y triste: el hombre actual ha dejado a Dios al margen de su vida y ha prescindido de Él, autoproclamándose dios y señor del mundo y de su historia y entrando en un camino peligroso y destinado al fracaso.

    Autoproclamado el hombre centro y señor del mundo, el mensaje salvador de Cristo ha perdido para el hombre actual su verdadero significado, y ha ido construyendo su vida y su historia desde criterios claramente contrarios a los del evangelio.

    La renovación de nuestra fe como creyentes está en la base del logro de una sociedad más humana, más solidaria y menos egoísta. Así como del hallazgo de la verdadera respuesta que el ser humano necesita a los problemas e interrogantes más profundos del mismo.

    Hemos querido prescindir de Dios autoproclamando dios al hombre mismo. Hemos expulsado a Dios de nuestras vidas, de nuestras familias, de nuestras comunidades y de nuestra sociedad y, sin Dios, estamos destinados al fracaso más absoluto.

    Al terminar este año recibimos una llamada a la renovación y revisión de nuestra fe, a la conversión del corazón y de la vida para recuperar los valores perdidos, para colocar a Dios en el lugar que le corresponde en nuestra vida. Una llamada desde la que encontramos sentido y respuesta a tantos interrogantes, una respuesta que sin Él sería imposible.

    Nuestra fe en el Dios de Jesús, que ama a cada hombre y le ama como es, que le hace sentir que, cuando todas las puertas se cierran, la suya, la de Dios, permanece abierta brindándole su amor total e incondicional, y haciendo renacer en él su esperanza; será desde donde la persona comenzará a ver la luz, sentido a la vida, y esperanza en el futuro.

    Es este Dios y nuestra fe en Él quien nos está pidiendo un cambio de dirección del mundo, un cambio de valores y del corazón humano, en el que Él y su ley del amor ocupen el centro de la vida del hombre, y el centro no sea el egoísmo, ni el materialismo.

    Solo en Él y desde nuestra fe en Él encontraremos sanación a nuestras heridas y descubriremos que la vida merece la pena vivirla, aunque tenga sus dificultades, porque Dios con su amor alienta nuestros anhelos.
    La fe en el Dios Padre nos hará sentirnos hermanos de los demás, a los que tenemos que respetar, servir y ayudar, avanzando cada día más en el logro de esa gran comunidad humana fraterna, en la que todos nos sintamos hermanos e hijos de un mismo Padre.

    La fe en el Dios Hijo, que no dudó en rebajarse de su categoría de Dios para hacerse, por la encarnación, uno de nosotros, para que nosotros llegáramos a ser hijos de Dios; que no escatimó entregar su vida, para que nosotros aprendamos a ofrecerla por Él y por los demás; que resucitó para que nosotros no quedáramos condenados para siempre a la muerte, sino que venciendo Él la muerte definitivamente con su propia resurrección, resucitáramos ya en este mundo a un estilo de vida como el suyo y un día pudiéramos resucitar gloriosamente y vivir con Él para siempre. Nuestra fe en el hijo de Dios ensancha los horizontes de nuestra esperanza y da sentido a nuestra vida de creyentes.

    La fe en el Dios Espíritu Santo, nos hace sentir que Dios está presente en nuestra vida, que no estamos solos, que el Espíritu nos da todo cuanto necesitamos para ser verdaderos discípulos de Cristo y testigos de los valores del evangelio en medio de nuestro mundo, de nuestra sociedad y de nuestra vida.

    Solo Dios y nuestra fe en Él puede llenar de verdad nuestro corazón, porque Él ha puesto su sello de divinidad y transcendencia en nosotros y, como decía san Agustín: «Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti».

    ¡Feliz año nuevo 2018! Listado completo de Cartas