Santísima Trinidad

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    La celebración hoy de la solemnidad de la Santísima Trinidad nos sitúa ante el misterio de los misterios y, como tal, no llegará nuestra razón humana, por mucho que se esfuerce, a entenderlo, porque sobrepasa a todas las luces nuestras capacidades humanas.

    El misterio de la Trinidad nos sitúa en primer lugar ante esta verdad: Dios no es una cosa, no es algo, sino alguien, un ser personal: la persona del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

    1. Dios es Padre: esta es la gran revelación de Cristo: «cuando oréis decid: Padre nuestro». Un padre lleno de amor y de misericordia, capaz de compadecerse de los hombres y de sus miserias y de amarlo, a pesar de todo nuestros pecados.

    Su amor está presente en la creación. Por amor crea todo y, en especial, al hombre.

    Por puro amor cuando el hombre se marcha por otros derroteros distintos y contrarios a los que Dios le había señalado Él, no le deja condenado para siempre, sino que leenvía a su Hijo para que, entregando su vida, rescate al ser humano del pecado y le ofrezca de nuevo la salvación.

    Por amor, Dios nunca abandona al pecador, y siempre le ofrece de nuevo su perdón y su amistad. Por amor sigue a nuestro lado en todo momento, a pesar de nuestros pecados. 

    Ante tanto amor misericordioso de quien es puro amor y pura misericordia, nuestra actitud, no puede ser otra que la de la gratitud; estar en continua acción de gracias por todo lo que recibimos de Él, por tanto amor de su parte. 

    Y porque, como dice el refranero castellano, «amor con amor se paga», nuestra actitud y nuestra respuesta no puede ser otra que amarlo a él sobre todas las cosas.

    2. Dios es Hijo: el Hijo, que es la revelación del Padre, la imagen perfecta de Dios Padre: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre (Jn, 14, 9). El Padre y yo somos una sola cosa». 

    El Hijo ha sido enviado por el Padre para rescatar al ser humano del pecado, y por amor al ser humano, entrega hasta la última gota de su sangre. Como dice san Pablo: «No fuimos rescatados a precio de oro o plata, sino a precio de la sangre de nuestro Señor Jesucristo»(1Pe 1, 18).

    3. Dios es espíritu: el Espíritu es el amor del Padre y del Hijo. Es el Espíritu de la verdad que nos hará entender todo lo que el Hijo nos ha revelado del Padre.

    Él es el que suscita en el corazón del hombre todas las buenas acciones y los buenos sentimientos.
    A través de Él, el Señor, después de subir al cielo, no nos dejará huérfanos, sino que seguirá y estará siempre con nosotros. 

    El misterio de la Santísima Trinidad es, ante todo y sobre todo, un misterio de amor: amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en el Espíritu; amor de Dios a los hombres; amor misericordioso de Dios al pecador; amor de entrega total, y a fondo perdido, del Hijo en el Espíritu, por nosotros y por nuestra salvación.

    Amemos a Dios y dejemos que Él ocupe un lugar importante en nuestra vida, porque ante tanto amor por su parte solo podemos responder con nuestro amor pobre y limitado, como pobres y limitados somos nosotros, como personas.

    Abramos nuestro corazón al Señor que es amor y hagámosle un hueco importante en nuestra vida, de tal manera que lo mismo que para Él nosotros somos muy importantes, que Él para nosotros no lo sea menos.
    Que cada día sepamos agradecerle al Señor tanto amor como ha derrochado con nosotros, sin mérito alguno por nuestra parte, solo como fruto y expresión de su amor a todos y cada uno de los seres humanos en todos los momentos de nuestra vida.

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