La semana del amor entregado

Hoy comenzamos la Semana Santa, la semana grande de nuestra fe, la semana de nuestra Redención, la semana en la que rememoramos de entrega del Señor por amor a los hombres, para que nosotros lleguemos a ser hijos de Dios.

El Triduo Pascual es, sin ninguna duda, la celebración y el acontecimiento religioso con una significación especial para todos nosotros y que no nos deja indiferentes.

Las celebraciones de la Semana Santa tienen en nuestros pueblos castellanos un arraigo especial y suscitan entre nosotros una devoción extraordinaria, incluso en aquellos que, por circunstancias de la vida y del ambiente, se hayan alejado de la vivencia cristiana. 

En estas fechas y en estas celebraciones vuelve a renacer en ellos el sentimiento religioso de su niñez, cuando llevados de la mano de sus padres participaban en los misterios de la muerte y la resurrección del Señor, y en la manifestación pública de nuestra fe en las procesiones.

La Semana Santa, desde su significado y contenido, podemos llamarla, sin ninguna duda, la semana del amor, semana del amor de Cristo que se entrega a la muerte por nuestra salvación, un amor entregado por su parte, sin mérito alguno por la nuestra, sino como puro regalo y generosidad del Señor, que siendo Dios «no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario se despojó de su rango pasando por uno de tantos y actuando como un hombre cualquiera se sometió incluso a la muerte» (Flp 2, 7-9)

En el triduo santo conmemoramos y rememoramos la historia de la entrega total de Jesús por amor a los hombres. Él se sometió voluntariamente a la muerte por nosotros y lo hizo, no por pagarnos nada que nos debiera, sino por puro amor a los hombres, porque siendo nosotros pecadores, quiso entregar su vida para que llegáramos a ser hijos de Dios.

El Señor nos ha rescatado de la condena que nos mereció el pecado a precio, no de oro o plata, sino a precio de su sangre, derramada por solo amor a todos y cada uno de nosotros, porque «nadie tiene mayor amor, que quien da la vida por sus amigos» ( Jn 15, 13).

Este amor sin reservas, este amor hasta las últimas consecuencias es el que celebramos y rememoramos en estos días del triduo santo, del Jueves, Viernes y Sábado Santo. 

Nuestra participación en la semana santa no puede ser de meros espectadores, quedándonos ensimismados ante el desfile, precioso, es verdad, de pasos con piezas escultóricas que representan la Pasión del Señor y montones de cofrades vestidos que acompañan a su respectivo paso. 

Nuestra participación creyente en el contenido y el significado de la Semana Santa, de esta Semana del Amor, no se puede limitar a ver pasar desde las esquinas las procesiones. El Señor nos pide que participemos en las celebraciones litúrgicas en las que se produce esa verdadera rememoración de los misterios de la muerte y resurrección de Cristo. Es entonces cuando tiene verdadero sentido que aquello que hemos vivido en la Liturgia lo expresemos en las calles, como manifestación pública de nuestra fe. 

Aprovechemos esta Semana Santa para agradecer al Señor tanto amor por nosotros, y que este amor sea el que nos ayude a vivir estos días con un corazón lleno de gratitud hacia quien ha sido capaz de morir por todos, incluso por los que no creen en Él. 

Unamos a nuestra gratitud nuestro esfuerzo por regenerar nuestra fe y nuestra vida cristiana, por medio del perdón que el Señor nos ofrece con el sacramento del perdón, para que, regenerados en Cristo y renacidos a la gracia por su perdón, vivamos todos los días de nuestra vida la filiación divina que Él, el Señor, nos ganó con su muerte, rescatando nuestras vidas del pecado.

¡Feliz Semana de Amor para todos!

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