La vaciedad del culto cuando no se vive la fe

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    Una actitud muy im­portante que Jesús pide a sus seguido­res es la coherencia de vida. No puede ser que alguien se confiese creyen­te en Jesús y su vida de cada día la viva como si Dios no existiese, convirtiendo a los ídolos munda­nos del tener, el poder, el gozar en sustitutos del verdadero Dios, que no significa nada para ellos.
    Los fariseos fue el grupo para el que Jesús tuvo las palabras mas du­ras, precisamente porque no eran coherentes entre lo que decían que creían y aquello que después vi­vían en la vida. A ellos los llamaba Cristo sepulcros blanqueados, que por dentro están llenos de podre­dumbre, pero por fuera están bien blanqueados:
    ¡Ay de vosotros, escribas y fari­seos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros blanqueados! Por fue­ra tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre; lo mismo vosotros: por fuera pare­céis justos, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y crueldad. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mausoleos de los justos, diciendo: «Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, no habríamos sido cómplices suyos en el asesina­to de los profetas!» (Mt 23, 27-30).
    Con qué dureza habla Jesús de aquellos que dan culto a Dios con sus palabras, pero no con su vida. Es decir, de aquellos que no viven su vida con coherencia entre sus palabras y sus hechos, por eso dice Jesús: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. 9El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos» (Mt 15, 8-9).
    El Señor pedía coherencia de vida, correspondencia entre lo que decían y lo que hacían, no decir unas cosas y vivir otras totalmente distintas.
    Esta misma actitud nos pide a nosotros. Si alguien nos pregunta­ra si somos creyentes, seguro que muchos contestarían que creyentes sí, pero no practicantes, y luego su vida irá por otros caminos to­talmente distintos de los que Dios pide de ellos.

    Si alguien nos pregunta­ra si somos creyentes, seguro que muchos contestarían que creyentes sí, pero no practicantes, y luego su vida irá por otros caminos to­talmente distintos de los que Dios pide de ellos


    A nosotros, los que decimos que creemos, se nos pide coherencia de vida, correspondencia entre lo que decimos que somos y los que vivimos . Esto nos lo pide el Se­ñor a cada creyente, pero nos lo re­clama en el ambiente laicista en el que estamos viviendo. Se nos pide que, si nos manifestamos creyen­tes, luego en la vida no vivamos como increyentes o ateos, porque entonces nuestras palabras no se corresponden con nuestra vida.
    Nuestro mundo y nuestra socie­dad es un mundo y una sociedad cansada de largos discursos y pa­labras bonitas que luego no tienen realidad alguna en la vida de quie­nes las pronuncian. Este ambiente mundano de personas increyentes exige y reclama de los que nos de­cimos creyentes que, no solo lo di­gamos de palabra, sino que lo ma­nifestemos con nuestra vida.
    De ahí la importancia del testi­monio cristiano, un testimonio que se da con la vida y que hoy para la gran mayoría es el mayor signo de credibilidad.
    San Pablo VI decía, hablando del testimonio y de los testigos y de nuestro mundo, en la exhorta­ción apostólica Evangelii nuntiandi: «Nuestro mundo cree mucha más a los testigos que a los profetas y si cree a los profetas y si cree a los profetas es por lo que tienen de testigos».
    Y san Juan Pablo II decía al respecto que «el único evangelio que muchos de los hombres y mujeres actua­les van a leer es el testimonio que demos los cristianos».

    Empeñémonos en ser testigos de Jesús en este mundo tan necesitado de testigos valientes de Jesús, para que otros crean por medio de nuestro testimonio creíble.


    Así de importante es la coherencia de vida en la fe de los cristianos, Solo si los demás ven que nosotros vivi­mos aquello en lo que decimos que creemos, podrá tener nuestra vida un valor evangelizador para los demás, es decir, llamada a vivir lo mismo que nosotros vivimos porque les convence.
    Empeñémonos en ser testigos de Jesús en este mundo tan necesitado de testigos valientes de Jesús, para que otros crean por medio de nuestro testimonio creíble.
     
    + Gerardo Melgar Viciosa
    Obispo Prior de Ciudad Real
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