Domingo de la alegría

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    El tercer domingo de Adviento es el llamado Domingo gaudete o Domingo de la alegría.

    San Pablo en la Primera Carta a los Tesalonicenses que proclamamos como segunda lectura de este domingo nos exhorta a la alegría con estas palabras: «Estad siempre alegres» (1 Tes, 5, 16) y en la Carta a los Filipenses hace una llamada a los cristianos a alegrarse en el Señor y, además, les dice la razón: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca» (Flp 4, 4-5).

    El domingo tercero de Adviento es el Domingo gaudete o Domingo de la alegría, el domingo de la alegría cristiana porque la razón por la que debemos estar alegres es que el Señor está cerca, que el Señor camina con nosotros, nos alienta, nos ofrece la salvación y nos salva.

    Esta alegría es muy distinta de lo que el mundo entiende por estar alegres. No es la alegría de la juerga, ni del gozo mundano a costa de lo que sea, es la alegría que brota del corazón de quien ha encontrado a Dios y cree en él. Una alegría que no puede quitarla ni el dolor, ni la enfermedad ni la pandemia, porque es algo mucho más profundo, es la alegría del alma, del alma de quien se siente querido por Dios, por encima y a pesar de los sufrimientos que la vida proporciona a veces.

    El papa Francisco nos lo repite en una de sus homilías a todos los cristianos: «No dejéis que nadie ni nada os arrebate la alegría y la esperanza, no perdáis nunca el ánimo».

    Es verdad que a veces la vida nos ofrece suficientes motivos como para no estar alegres: el paro, que afecta a tantas personas y familias; las situaciones de ruptura familiar y de falta de entendimiento entre los esposos o los padres y los hijos;  el sufrimiento que muchos padres, por la trayectoria de vida que han tomado algunos hijos, con unos comportamientos que ellos nunca esperaban de los mismos: hijos que han caído en la droga, el alcoholismo etc. Demasiados padres ancianos que sienten la soledad y el abandono de sus hijos y tienen la sensación de estorbar en sus propias casas y un largo etcétera de situaciones personales y familiares dolorosas.

    Todo esto, que está ahí, en la vida de personas y familias, cuando somos capaces de meter a Dios en ellos, de iluminarlos con la luz de la fe y la confianza en Él, entonces todos esos problemas, siguen siendo problemas y dificultades a superar, pero nunca producirán tristeza, angustia ni desesperanza, porque la fe en el Señor nos abre nuevos caminos, para vivir la vida con alegrías y problemas, porque nos sabemos acompañados por Él, que nunca nos abandona ni nos deja solos ni se olvida de nosotros.

    Todos necesitamos recordar muchas veces estas palabras del papa Francisco: «No dejéis que nadie ni nada os arrebate la alegría y la esperanza, no perdáis nunca el ánimo». Estas palabras del Papa encuentran su apoyo y fundamento en este domingo de la alegría, necesitamos fijar nuestra atención en esa realidad de la que nos habla san Pablo tanto en la Carta a los Tesalonicenses como en la de los Filipenses: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca».

    Todos necesitamos fijarnos hoy de una forma muy especial en este mensaje de alegría y vivir nuestra vida con la alegría cristiana. Para ello, todos necesitamos que Cristo entre en nuestra vida, en la vida de nuestra familia, y reconozcamos a Cristo presente en todo cuanto vivimos: acontecimientos personales o familiares, buenos o menos buenos, sabiendo que Él nos acompaña y se interesa por nosotros y nos concede la gracia y la fuerza que necesitamos para vivirlos con el corazón lleno de paz, de alegría y esperanza, porque no estamos solos, sino que Dios nos acompaña, camina con nosotros, vela por nosotros y nos auxilia.

    Todos, seguro, hemos conocido a alguna persona con una enfermedad grave, tan grave que le llevó a la muerte. Sin embargo, le recordamos siempre con la sonrisa en la boca, porque Dios para él o para ella era alguien muy importante y tenía plena confianza en su amor.

    Este es el misterio de la fe, que contradice a los que afirman que «no se puede ser feliz y ser creyente» o que «el que cree no puede ser feliz». Lejos de eso, la fe en el Señor y en su mensaje nos hace encontrar sentido incluso al dolor y al sufrimiento y nos hace vivirlo con un corazón alegre, que se transmite a quien nos contemplan y en el que encontramos sentido a todo cuanto nos sucede en nuestra vida.

    Vivamos nuestra vida desde Dios y contando con Él, vivámosla con alegría porque el Señor está cerca, es más, está dentro de nosotros y da sentido a todo lo que vivimos.

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