La invitación llena de paciencia de Dios

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    En la vida del ser humano hay determinadas celebraciones que se festejan de una forma especial y solemne. Tal es el caso de la boda de los hijos, las bodas de plata y oro del matrimonio, etc. Todas ellas son fiestas familiares a las que se invita a los más íntimos y cercanos, y a todos nos gusta que esos no falten y respondan positivamente a nuestra invitación.

    En la parábola con la que el Señor nos explica este domingo en la proclamación del evangelio a qué se parece el Reino de Dios, Jesús parte de nuestra experiencia en esas fiestas familiares y nos dice que el Reino de Dios se parece a un rey que ha preparado un gran banquete por la boda de su hijo y hace una invitación a los más íntimos y conocidos a que vayan a acompañarle en el gran acontecimiento de la boda de su hijo, porque todo está ya preparado.

    Dios es ese rey que invita a la boda de su hijo, es decir, a formar parte del Reino de Dios y lo hace a los que Él ha ido preparando a través del tiempo. Los invitados reciben la invitación, pero se niegan a acudir. Dios vuelve a invitarles a través de otra invitación diciéndoles que todo está preparado, que les espera, pero ellos no hacen caso a su llamada, porque están ocupados en sus cosas, en sus intereses personales: uno se fue al campo, otro a su negocio y el resto se sienten molestos y ofendidos por los criados que llevan la invitación y los maltratan.

    Cristo nos hace entender que Dios nos hace su invitación a pertenecer a su reino desde el corazón de Padre, para que todos sus hijos acudamos al banquete de ese reino

    En la parábola, Cristo nos hace entender que Dios nos hace su invitación a pertenecer a su reino desde el corazón de Padre, para que todos sus hijos acudamos al banquete de ese reino. Es decir, a que aceptemos la invitación a la realidad de ser, de formar parte y pertenecer a ese reino, teniendo a Dios como Padre y comportándonos como verdaderos hijos suyos. Pero nosotros estamos tan ocupados en otras cosas, en otros intereses personales mundanos, que no nos enteramos de su invitación y no respondemos positivamente.
    Ante nuestra falta de respuesta positiva, Dios no desiste de invitarnos una y otra vez a que optemos por vivir como verdaderos hijos suyos, por pertenecer a su reino, el reino de los hijos de Dios, y lo hace a través de personas, de acontecimientos, de determinadas experiencias que tenemos en la vida. Dios sigue invitándonos constantemente a ser de los suyos, y a tenerle a Él como Padre.

    Esta parábola podemos llamarla la parábola de la paciencia de Dios con nosotros, porque Él es paciente y misericordioso y se compadece de nuestras negativas, de nuestros defectos y pecados.

    Pero Dios no nos invita para que no le respondamos positivamente a lo que Él nos pide, sino para que le respondamos. Al final, cuando nos encontremos con Él, cara a cara, tendremos que rendirle cuentas de nuestra respuesta a las invitaciones que nos ha hecho a lo largo de toda nuestra vida, y nos premiará con la pertenencia, la entrada en su Reino, o castigará nuestras negativas de que, a pesar de sus constantes e incansables invitaciones, no hayamos sido capaces de responderle positivamente.

    Hemos de revisar nuestra vida de fe y nuestras actitudes ante las invitaciones que el Señor nos hace constantemente, a través de unos medios u otros, de unas personas u otras, de unos
    acontecimientos u otros

    Hemos de revisar nuestra vida de fe y nuestras actitudes ante las invitaciones que el Señor nos hace constantemente, a través de unos medios u otros, de unas personas u otras, de unos acontecimientos u otros, a seguirlo. Es necesario que comprobemos si estamos respondiendo o, como los invitados de la parábola, siempre ponemos excusas, si nos interesan más nuestros intereses que los del Señor, si nos importan nuestras cosas y no la vivencia del estilo de vida que el Señor nos propone.

    De descubrir que no estamos respondiendo como deberíamos al Señor, hemos de pedirle insistentemente que nos dé la gracia de la conversión y pongamos todo cuanto esté de nuestra parte para que esa conversión sea real en nosotros, y podamos y queramos responderle positivamente.

    Dios es paciente y misericordioso, pero nos pide que respondamos a las invitaciones que Él nos hace porque no sabemos ni el día ni la hora en que tendremos que darle cuentas de nuestra respuesta o no respuesta a sus llamadas e invitaciones.

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