Sin tomar la cruz, no se puede seguir a Jesús

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    Seguir a Jesús tiene sus condiciones y sus consecuencias.

    Jesús quiere alertar y preparar a sus discípulos para lo que le espera a él y a ellos y les dice que van a Jerusalén y que allí le espera mucho sufrimiento porque los jefes del pueblo, los ancianos, los sumos sacerdotes y los maestros de la Ley lo condenarán y lo matarán. Pero al tercer día resucitará.

    Pedro, dejándose llevar por su corazón humano, y no por la fe en el Señor, lo lleva a parte y lo reprende diciéndole que eso no puede sucederle, que huya de ello, que se oponga a ello. Jesús, que quería tanto a Pedro, cuando ve que le quiere separar del plan de Dios, lo llama Satanás y le dice que se aparte de él porque no piensa como Dios sino como la gente sin fe.

    Así, Jesús aprovecha para instruir a sus discípulos y decirles las condiciones de su seguimiento: olvidarse de sí mismo, cargar con la cruz y seguirle.

    Seguir a Jesús supone que el centro de nuestra vida no somos ya nosotros, que de nosotros nos tenemos que olvidar para que el centro de nuestra vida sea él y su mensaje de salvación


    Seguir a Jesús supone que el centro de nuestra vida no somos ya nosotros, que de nosotros nos tenemos que olvidar para que el centro de nuestra vida sea él y su mensaje de salvación. Si lo ponemos a él en el centro de nuestra vida necesariamente tenemos que estar dispuestos a tomar la cruz, una cruz que nos la da la vida, que nos la aportan los demás, una cruz que reclama el mismo seguimiento, porque vivir el estilo de vida de Jesús no es fácil, hay otros proyectos más fáciles y cómodos, pero desde ellos no se sigue al Señor. El que quiera ser su discípulo debe llevar la cruz y, con esa cruz que nos proporciona la vida, o los demás o nuestra propia naturaleza, o la sociedad en la que vivimos; seguir al Señor y encarnar en nuestra vida el estilo de vida de Jesús.
     

    El seguimiento de Jesús tiene que ser tan radical
    que no nos importe dar la vida por seguir los pasos de Jesús



    El seguimiento de Jesús tiene que ser tan radical que no nos importe dar la vida por seguir los pasos de Jesús. Porque, el que quiera salvar su vida, es necesario que la pierda, que la entregue en favor de Cristo y de su mensaje salvador.

    Jesús, junto a la cruz que supone su seguimiento, siempre nos va a decir y nos dice que quien cargue con su cruz y le sea su seguidor fiel, cuando él vuelva, revestido de poder con la gloria del Padre y acompañado de todos sus ángeles, para juzgar a los hombres, recompensará a cada uno según sus hechos.
    Jesús se lo había dicho ya a sus apóstoles, cuando Pedro le pregunta: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Jesús dijo: «En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros» (Mc 10, 28-31).

    La realidad de nuestra recompensa que Cristo nos promete nos da fuerza y vigor también para seguir a Jesús porque, aunque a veces nos cueste, aunque a veces sea duro, porque el mundo va por otro camino, nosotros sabemos que al final el Señor nos va a recompensar, y como decía san Francisco Javier: «Porque al final de la jornada, el que se salva sabe y el que no, no sabe nada».
     
    + Gerardo Melgar
    Obispo prior de Ciudad Real
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