¿Eres rey? Esta es la pregunta que Pilato hace a Jesús. Jesús, con toda claridad, le responde: «Tú lo dices: soy rey».
Lo que tiene que explicar Cristo a Pilato es que no es rey en el sentido que Pilato lo entiende, ni el reino al que se refiere Cristo pertenece a este mundo, por eso se lo dirá también claramente: «Mi Reino no es de este mundo».
Los reyes de este mundo están rodeados de lujos, de sirvientes, de poder, pero el reino que Cristo viene a implantar en este mundo es el reino de la verdad, porque su misión es precisamente esa: «Dar testimonio de la verdad».
Su reino es el reino de la verdad y la vida, el reino de la justicia, del amor y la paz.
Todo el que quiera pertenecer a este reino debe encarnar en su vida estos valores y luchar para que sean una realidad en su vida. Debe estar al servicio de la verdad y de la vida, no de la mentira ni de la muerte. Debe luchar por la justicia como sinónimo de la santidad y poner todo lo que esté en su mano para lograr ser santo. Debe vivir desde el mandamiento nuevo del amor, un amor que debe extenderse incluso a los que no nos quieren, a nuestros enemigos, y debe ser en su entorno y en el mundo entero creador de paz.
Todo el que quiera pertenecer a este reino debe encarnar en su vida estos valores y luchar para que sean una realidad en su vida
Cristo quiere reinar en el corazón de todos los hombres y ser realmente nuestro rey, pero para ello nos pide que estamos dispuestos a darle en nuestra vida el puesto de honor que le corresponde como nuestro Dios, nuestro Señor y nuestro rey, el primer puesto en nuestra vida, como a nuestro único Dios y Señor.
La realidad de que Cristo sea nuestro rey debe llevarnos a preguntarnos y responder a esta pregunta: ¿es Cristo, en la práctica y en nuestra vida, nuestro verdadero rey o hay otras cosas, pequeños diosecillos que reinan en nosotros mucho más que Cristo?
Admitir a Cristo como rey pide de nosotros que dejemos que Él nos trasforme y nos convierta en verdaderos seguidores suyos, que se toman muy en serio su fe y tratan de vivir de acuerdo con lo que esa fe les exige.
Admitir a Cristo como nuestro rey es y supone comprometernos en nuestra vida a luchar por vivir desde la verdad, por la defensa de la verdad; a vivir nuestra vida luchando por ser justos y santos, porque todos estamos llamados a la santidad; a luchar por la vida en este mundo de muerte, pero sobre todo de lucha por la vida que Él nos promete si somos fieles aquí en la tierra a lo que nos pide; a luchar por la paz y la concordia, la paz del corazón con Dios y con los hermanos, la paz que nos hace ser creadores de paz donde quiera y con quien quiera que estemos.
Admitir a Cristo como nuestro rey es y supone comprometernos en nuestra vida a luchar por vivir desde la verdad, por la defensa de la verdad
Admitir a Cristo como rey supone encarnar en nosotros las mismas actitudes que Él vivió, su mismo estilo de vida; una vida de servicio, de amor a los demás, de entrega de nuestra vida por la salvación de los otros.
Dejemos que Cristo sea nuestro rey haciendo de nuestra vida un verdadero homenaje de entrega, de servicio y de encarnación de sus mismas actitudes y siendo testigos de ellas en medio de nuestro mundo.
Nuestro mundo necesita de testigos valientes que con su vida hagan presente a Cristo como rey de todo y de todos, testigos que con su vida y testimonio descubran a los demás que la vivencia de la verdad, de la justicia, del amor y de la paz, llena el corazón del hombre mucho más que los egoísmos, la mentira y los placeres pasajeros que ofrece el mundo.
Que nuestra vida sea una auténtica proclamación de Cristo como rey del universo, rey de cada uno de nosotros, amando, progresando en la santidad, luchando por la vida y el respeto a la misma y ofreciendo nuestro amor y nuestro perdón a los demás.
+ Gerardo
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