Cristo ha resucitado, ¡aleluya!

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    Este es el grito, la gran noticia, el mensaje extraordinario de la noche de Pascua. Ya no hay motivo para la tristeza ni el desánimo, ni para la sensación de fracaso. Cristo ha resucitado y vive en medio de nosotros y da sentido a toda nuestra vida como creyentes en él y  como seguidores de su mensaje y de su vida.

    La Cuaresma se caracteriza por la dureza de la conversión, la tristeza del reconocimiento de nuestra vida caduca y de pecado, el esfuerzo que siempre supone la conversión del corazón y de la vida para ajustarnos al plan de Dios sobre cada uno de nosotros y sobre la humanidad entera.

    Vivamos desde esta nueva vida que Cristo nos ha ganado con su muerte y su resurrección y seamos testigos de ella

    La Pascua significa el gozo de la nueva vida, la alegría pascual, el paso de la muerte a la vida en Cristo. En nosotros, la Pascua de resurrección debe significar, realmente, el paso de la vida de pecado a la vida de la gracia: del desajuste personal y de toda la humanidad por el pecado del ser humano a la armonía auténtica de toda la creación y de toda la humanidad con el creador, por la vida nueva de la gracia.

    Si intensamente hemos vivido las celebraciones de la pasión y muerte del Señor, con mucha más intensidad hemos de vivir las de la resurrección.

    A veces nos sucede a los cristianos que vivimos con verdadera devoción y con auténtico fervor las primeras y, mucho menos, la segunda. A veces, da la sensación, incluso por la participación y asistencia a las celebraciones en nuestras iglesias, que nos quedamos en el Viernes Santo, sin dar el salto al acontecimiento más importante de la vida de Cristo que es su resurrección. Lo primero solo tiene sentido si desemboca en lo segundo.

    Si intensamente hemos vivido las celebraciones de la pasión y muerte del Señor, con mucha más intensidad hemos de vivir las de la resurrección

    Los cristianos no seguimos a un muerto, sino a Cristo vivo y resucitado, porque si el Cristo al que seguimos, como dice san Pablo, fuera un Cristo muerto, seríamos los más desgraciados de todos. Pero no, nosotros seguimos a Cristo y ha resucitado, nos ha hecho partícipes de su misma resurrección, como dice el mismo san Pablo en la Carta a los Romanos: «Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él, pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, la muerte ya no tiene dominio sobre Él» (Rom 6, 8-9).

    Como resucitados con Cristo, tiene sentido pleno vivir la vida con y desde la alegría pascual. Su victoria ha sido nuestra victoria, en su resurrección hemos resucitado todos. «Sabemos que quien resucitó a Jesús, también con Jesús nos resucitará» (1Cor 4, 14).

    La Vigilia Pascual, en la que celebramos la resurrección del Señor, es un canto para vivir y proclamar ante el mundo esta alegría pascual.

    El pregón pascual está lleno de estas llamadas a exultar de gozo a toda la creación, porque:
    — «Cristo ha roto las cadenas de la muerte y sale victorioso y resucitado para siempre».
    — «La humanidad ha sido sacada definitivamente del pecado y restituida a la gracia».
    — Porque la resurrección de Cristo, «ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes».

    La resurrección de Cristo es la realidad que garantiza nuestra redención. En él todos hemos sido salvados.
    La resurrección de Cristo significa para nosotros, sus seguidores, una doble llamada:

    A vivir desde y en la alegría pascual, que no en el bullicio ni el griterío, ni la alegría pasajera, sino la que sale del corazón, la que nos hace de verdad felices, la que da sentido a todos nuestros esfuerzos y sacrificios en nuestra vida como creyentes. Una  alegría que hemos de transmitir a los demás, porque Cristo ha resucitado y todos participamos de su triunfo, de su resurrección y de su victoria.

    Y nos urge a encarnar en nosotros un estilo nuevo de vida, la de verdaderos resucitados, con sentimientos, palabras y vida nueva. Vivamos desde esta nueva vida que Cristo nos ha ganado con su muerte y su resurrección y seamos testigos de ella donde quiera que nos encontremos y donde quiera que vivamos nuestra vida.

    + Gerardo
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