
Queridos hermanos y amigos todos:
En la era de las comunicaciones, llegan a nuestra vida todo tipo de mensajes invitándonos a vivir un determinado estilo de vida. Nos obligan a tener que estar constantemente eligiendo aquellos mensajes que más y mejor se corresponden con nuestras convicciones y valores.
Entre estos valores, hay unos que provienen del mundo y de la sociedad actual. Estos llevan claramente una llamada a vivir de acuerdo con un estilo de vida muy peculiar, lleno de laicismo y de poca o ninguna valoración de Dios y de la fe en Él.
Son mensajes que animan e incitan a vivir la vida desde la mundanidad, a luchar por tener más, gozar todo lo que se pueda y hacer lo posible por tener poder sobre los demás. Ofrecen esos valores mundanos como requisitos para obtener la felicidad o los identifican con lo que es la felicidad humana.
En dichos mensajes se excluye a Dios y su mensaje de salvación, invitando al ser humano a vivir como si Dios no existiera, promoviendo ante todo y sobre todo un materialismo egoísta y una concepción de la vida humana sin Dios.
Son todos ellos mensajes que provienen de un mundo secularizado y secularista, que van en una misma dirección: que el ser humano actual se olvide de Dios, que lo ha creado y redimido y le sigue ofreciendo su amor a pesar de sus fallos, equivocaciones y pecados, para centrar su interés en los ídolos modernos del tener, el poder y el gozar como los talismanes de la felicidad actual y de la modernidad.
Frente a estos mensajes llenos de mundanidad que, al final, dejan al ser humano actual vacío de sentido, nos llegan también otros provenientes del mensaje de Jesús, de su persona y de su evangelio, que llaman a la conversión y a la encarnación en nuestra vida con un estilo de vivir totalmente contrario al que nos ofrece el mundo.
Así es el mensaje de Juan el Bautista en el evangelio de este domingo. Él se autodefine como la voz que grita en el desierto: «Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos; los valles serán rellenados, los montes y las colinas serán rebajados; lo torcido será enderezado, y lo escabroso será camino llano».
Este es un mensaje que invita a preparar el camino al Señor. Consiste en que nosotros abramos nuestro corazón a Dios, que quiere nacer en cada uno, que le dejemos entrar en nuestra vida, tanto en la personal, como en la familiar y social. Él nos trae la salvación, el sentido a la vida y, desde Él, encontraremos sencillo lo difícil, y sentido a todo cuanto somos y vivimos.
Él nos trae la salvación, el sentido a la vida y, desde Él, encontraremos sencillo lo difícil, y sentido a todo cuanto somos y vivimos
A recibir este mensaje nos anima el testimonio de tantos mártires de nuestro tiempo que defendieron su fe incluso hasta la muerte, a costa de su vida, y de tantos santos que encarnaron en su vida el estilo de Jesús y que gritan en el corazón del hombre actual que solo Dios y la fe en Él dan sentido a nuestra vida.
Nos encontramos en un momento de nuestra historia lleno de mensajes que gritan a nuestros oídos y a nuestra conciencia. Son mensajes muchas veces contradictorios, que nos hacen estar continuamente en vela, para saber hacer un discernimiento y poder decidirnos acertadamente por aquellos que están de acuerdo con nuestros principios más profundos y personales y con aquellas creencias que tenemos más arraigadas en nosotros.
A este discernimiento y elección nos ayuda también el testimonio cristiano de tantos cristianos actuales, silenciosos, que, junto a nosotros, gritan con su testimonio de vida que su fe en Cristo es lo más importante para ellos.
En dichos mensajes se excluye a Dios y su mensaje de salvación, invitando al ser humano a vivir como si Dios no existiera
Es el grito de todas esas personas que están luchando en nuestra sociedad por la defensa de la vida, por la justicia en medio de un mundo injusto, por la honradez en medio de un mundo de trapicheos y por la autenticidad en medio de un mundo de corrupción.
El seguimiento de Jesús nos urge a este discernimiento y decisión, porque, como nos dice Él mismo: «Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero» (Lc.16, 13).
Preparemos el camino al Señor, huyamos de todo cuanto pueda haber en nuestra vida que impida o dificulte que el Señor nazca en nuestro corazón, para que el Señor entre en nosotros y nos transforme con la vivencia de su mensaje evangélico.
+ Gerardo
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