Termina el mes de María

Terminamos el mes de mayo, un tiempo que tradicionalmente dedicamos a la Virgen María. Han sido numerosas las romerías celebradas, así como los actos de oración para pedir la intercesión de la Virgen.

El Pueblo de Dios desde siempre ha visto en María un modelo de amor, un amor que a su vez es silencioso y fiel. La presencia de María en la vida de Jesús y en la historia de la Iglesia es una presencia callada que abraza la vida de los cristianos y de la Iglesia entera.
Lumen Gentium nos dice que la devoción a María «procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes».

La devoción de los cristianos a María es la manera de manifestar el más fiel y auténtico amor de María a su hijo

Una de las expresiones donde el Pueblo de Dios manifiesta la devoción popular a la Virgen María es la cantidad de ermitas y santuarios que los fieles cristianos dedicamos a nuestra Madre, en sus diferentes advocaciones, en los alrededores de nuestros pueblos y ciudades. La presencia universal de la Virgen María manifiesta la universalidad de la fe católica y crea vínculos de unidad y fraternidad entre los diferentes pueblos de la tierra. Este mes de mayo, mes de María, lo estamos viviendo intensamente en nuestros pueblos.
La devoción de los cristianos a María es la manera de manifestar el más fiel y auténtico amor de María a su hijo, es reflejo de la intensidad y fortaleza de la fe que no se debilita ni vacila en los momentos duros, y también la manera de encontrar protección y fortaleza en los momentos difíciles de la vida del cristiano. Ella, que estuvo firme junto a la cruz de su hijo, se mantuvo fiel al sostener la fe de los apóstoles y de la Iglesia naciente en los días más oscuros de la pasión y muerte de Jesús. Ella es una poderosa intercesora y, sobre todo, la gran mujer que supo esperar en el gran día de la esperanza: el Sábado Santo. En su dolor y soledad María es ejemplo de fidelidad, de fortaleza y de esperanza.

María, con su «sí», permitió que la esperanza de la humanidad se hiciera realidad, que entrara en este mundo y en su historia. Por medio de ella Dios se hizo carne, uno de nosotros. Por ello, María «es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor» (LG 68).
 
Por Pablo Cornejo Martínez