Isabel del Portugal

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    Si hubiese vivido en estos tiempos, a lo mejor le hubieran concedido el Premio Nobel de la Paz. Porque santa Isabel de Portugal, desde luego que se lo hubiera merecido. Toda su vida fue un constante esfuerzo por lograr la paz en su familia, que, por ser reyes, era la paz de su pueblo. 

    Nacida en 1270, hija del rey Pedro III de Aragón, según la costumbre de la época, la casaron a los doce años con el rey Dionisio de Portugal. Mujer llena de dulzura y bondad de su tiempo, poseía una profunda religiosidad y dedicó largos ratos a la oración. 

    Su marido era todo lo contrario. La tenía prácticamente abandonada. Él se dedicaba a sus correrías guerreras y amorosas. Las primeras ocasionaban enemistades que Isabel tenía que recomponer. De las otras, nacían hijos ilegítimos que la reina cuidaba y educaba. 

    Su gran cruz fue su hijo Alfonso. Este adoraba a su madre, pero odiaba a su padre, que tan mal se portaba con ella. E Isabel, madre del uno y esposa del otro, tenía que estar continuamente reprendiendo a ambos, procurando que hiciesen las paces, evitando que el enfrentamiento llegase a una guerra civil. Hubo ocasión en que llegó a ponerse, ella sola, entre las tropas de ambos para evitar el conflicto armado. 

    Los años fueron pasando, y el rey Dionis enfermó. Isabel, la que tantas veces había sido olvidada y agraviada, corre entonces al lado del marido enfermo y lo cuida hasta la muerte. 

    Ahora ella se dedicará por completo a las obras de piedad y de caridad. Conmovía a todos el ejemplo de aquella reina que se dedicaba a visitar enfermos y a socorrer pobres. Educaba a muchas jóvenes de todas las clases sociales, y, detalle de mujer, cuando alguna de ellas se casaba, le prestaba una de sus coronas para que pudiese "presumir" ante sus boquiabiertos convecinos. 

    Pero la paz de su familia seguía siendo su problema. Ahora los que se pelean son su hijo y su yerno. El uno, rey de Portugal, el otro, de Castilla. 

    Isabel, vieja y enferma, se pone de nuevo en camino para intentar poner paz entre los enemigos. Es verano y el calor, espantoso,. Isabel tiene que detenerse en Estremoz, víctima de la fiebre. Está casi agónica. Ahora se ocupa de rezar y de prepararse para el final que ya prevé próximo. Un rato antes de morir, todavía le recuerda a su hijo, como si fuese un niño, que es la hora de cenar. Otra delicadeza de aquella madre con el hijo rebelde y pendenciero. 

    Era el 4 de julio de 1336. Listado completo de Santos