La diócesis de Ciudad Real ha clausurado esta tarde el Año Jubilar con una eucaristía celebrada en la catedral, presidida por el obispo, don Abilio Martínez Varea, coincidiendo con la solemnidad de la Sagrada Familia. De este modo, la Iglesia diocesana se une a la clausura del Jubileo en las Iglesias particulares, tal y como dispuso el papa Francisco en la bula de convocatoria Spes non confundit.
La celebración se ha llenado para la celebración con fieles procedentes de toda la diócesis, junto a sacerdotes, un diácono y religiosos. Para facilitar la participación se habían suprimido las misas de la tarde en parroquias y comunidades, tal y como ya se hizo en la apertura del Jubileo.
Desde el inicio, la liturgia —en la que la Coral Diocesana acompañó musicalmente— puso de relieve el sentido de acción de gracias por el camino recorrido durante este tiempo especial de gracia, oración y conversión. La cruz del Año Jubilar, que ha estado todo el año junto al altar, ocupó un lugar central en la celebración, recordando el signo bajo el que la diócesis ha peregrinado espiritualmente.
Tras los ritos iniciales y el acto penitencial, en el que el obispo invitó a dar gracias por los frutos del Jubileo y a reconocerse necesitados de la misericordia de Dios, se proclamaron las lecturas propias de la solemnidad de la Sagrada Familia, subrayando la vida familiar vivida en el Señor como ámbito privilegiado de fe, amor y esperanza.
En su homilía, don Abilio Martínez Varea invitó a la comunidad diocesana a recoger los frutos del Año Jubilar y a prolongarlos en la vida cotidiana, destacando la experiencia de misericordia, reconciliación y esperanza vivida a lo largo de este tiempo. El obispo recordó que la clausura del Jubileo «no es dar un portazo», sino que supone «recoger los frutos de este Año Jubilar, a la vez que recibimos una misión». «El Jubileo no termina, sino que se transforma en compromiso, en testimonio y en vida», afirmó.
Don Abilio subrayó que el Jubileo hunde sus raíces en la misericordia de Dios, recordando que «el atributo fundamental de Dios es misericordia» y que, como señaló el papa Francisco, «la misericordia es la viga maestra de la Iglesia». Una misericordia que, dijo, «tiene que ser vivida por la Iglesia, por nosotros, los cristianos», y que se concreta en la conversión personal, en la búsqueda del perdón y en las obras de caridad con los más necesitados.
«La cruz y la resurrección del Señor nos muestran que la muerte no tiene la última palabra»
El obispo destacó también el carácter esperanzador de este Año Jubilar, dedicado de modo especial a la esperanza cristiana, que «no nace de un optimismo superficial o de una ingenuidad infantil», sino de la certeza de que «la cruz y la resurrección del Señor nos muestran que la muerte no tiene la última palabra». En este sentido, señaló que la cruz del Jubileo, «una cruz adornada con flores», recuerda que «la raíz de la esperanza cristiana no es una idea ni una doctrina, sino una persona que está viva y camina y cuida de nosotros, que es Cristo el Señor».
Finalmente, animó a los fieles a ser «signos tangibles de esperanza» en medio del mundo, especialmente para los presos, los enfermos, los migrantes, los jóvenes y los ancianos, recordando que «no basta hablar de la esperanza, sino que hay que hacerla realidad, hay que encarnarla». En este contexto, agradeció la colaboración solidaria de la diócesis con la siembra de esperanza a través de donativos y colectas que se han destinado en parte a la lucha contra la trata de personas y a Cáritas Diocesana.
Después de la homilía, la oración de los fieles recogió de manera especial algunas de las grandes intenciones que han marcado el Jubileo: la Iglesia y el mundo, los afligidos, las familias, la comunidad diocesana y, de modo particular, las víctimas y supervivientes de la trata de personas, así como quienes trabajan en su acompañamiento y liberación.
En la liturgia eucarística, la presentación de los dones estuvo acompañada del signo solidario propio de este Año Jubilar. La colecta de la misa, última realizada como signo jubilar, se destinó en parte a Cáritas Diocesana y en parte al programa de lucha contra la trata de personas, siguiendo la propuesta de la Conferencia Episcopal Española. Sumada al resto de colectas, tal y como informó don Abilio en la homilía, ha supuesto más de 20.000 euros para estos objetivos.
Tras la comunión y la oración final, tuvo lugar un momento simbólico de la celebración: el rito de conclusión del Jubileo. El obispo invitó a la asamblea a dar gracias a Dios por el don de la indulgencia y por todo lo vivido durante este año, mientras se entonaba el
Te Deum. A continuación, la cruz del Año Jubilar fue retirada solemnemente del altar y llevada en procesión por jóvenes hasta la puerta de la catedral, donde fue incensada por última vez como signo visible del final de este tiempo de gracia.
Antes de la despedida, el obispo impartió la bendición solemne, pidiendo que los frutos del Jubileo permanezcan en la vida personal y comunitaria de los fieles. La celebración concluyó con la invitación a regresar a la vida cotidiana llevando al mundo la esperanza vivida durante este Año Jubilar.
A lo largo del Jubileo, además de la catedral de Ciudad Real, han sido lugares jubilares la parroquia de Santa María de Alcázar de San Juan, la parroquia de La Asunción de Valdepeñas, la parroquia de Santa María Magdalena de Malagón y la parroquia de La Asunción de Puertollano. En todos ellos, numerosos fieles han participado en peregrinaciones, celebraciones y actos pastorales, viviendo intensamente este tiempo de gracia.
Con esta clausura, la diócesis de Ciudad Real pone fin al Año Jubilar y se dispone a continuar su misión evangelizadora, llamada a seguir siendo testigo de la esperanza cristiana en medio del mundo.