Martyria

Vicente Elipe López-Peláez es religioso trinitario, sacerdote y capellán de la prisión de Herrera de La Mancha. Para el Día de la Iglesia Diocesana nos habla del testimonio, explicando que quién recibe la Palabra de Cristo «está llamado a proclamarla con el deseo de que ilumine y llene de alegría otros rostros y otras vidas».

La Iglesia ha recibido de Jesús la misión de anunciar con palabras (kerygma) y testimoniar con obras (martyría) la Palabra que ha escuchado y que vive cotidianamente, es decir, el Evangelio (la buena noticia) del amor del Padre manifestado en Cristo muerto y resucitado. Nuestras comunidades cristianas, nacidas de la Palabra, están llamadas a ser profecía de la presencia de Dios y de su amor en medio del mundo. El primer anuncio de la Palabra (kerygma) es la catequesis. Los catequistas son el tesoro más preciado de nuestra Iglesia porque son los transmisores del primer anuncio; ellos guían a los catecúmenos a la raíz de los textos sagrados y les enseñan a releerlos en el presente, enseñan a acoger y vivir la Palabra. De este modo, imitan el itinerario que Jesús recorrió con sus discípulos de Jerusalén a Emaús (Lc 24, 13-35) o el que recorrió el diácono Felipe de Jerusalén a Gaza con el funcionario etíope (Hch 8, 26-40).

El testigo no solo dice que Dios es amor, sino que él tiene la suerte de sentirse querido por Dios y no puede hacer otra cosa que testimoniarlo en el amor

La Palabra de Dios no es un regalo destinado a permanecer en nuestra esfera intimista. El que la acoge está llamado a proclamarla con el deseo de que ilumine y llene de alegría otros rostros y otras vidas. El anuncio no es creíble si no va acompañado de una vida coherente. Estamos llamados a anunciar nuestra fe no solo con palabras, sino también, hoy más que nunca, con el testimonio (martyría) de nuestra vida. Ser testigos creíbles de nuestra fe en medio de nuestro mundo es un reto. Es testigo quien habla en favor de otro, quien comunica una experiencia de encuentro, quien comparte un camino recorrido que da sentido a su vida, lo impulsa, lo mantiene vivo en su testimonio. Un testigo no es alguien que cree teóricamente en Dios o en Jesucristo, sino quien «experimenta que cree». No sólo proclama que la salvación está en Jesucristo, sino que él se siente salvado y da fe de ello. No sólo dice que Dios es amor, sino que él tiene la suerte de sentirse querido por Dios y no puede hacer otra cosa que testimoniarlo en el amor.

Un testigo comunica su experiencia, no solamente a través de sus conocimientos. Para ser testigo no son necesarias «notas medias», ni «títulos académicos»; solo hay un requisito: dejarse tocar por el Evangelio. El testigo no informa, no adoctrina, el testigo contagia, irradia, comunica y se implica en su comunicación y es entonces cuando la vida del cristiano se convierte en testimonio verdadero (martyría en su significado original)
 
Por Vicente Elipe López Peláez