Transfigurado para transfigurarnos

Durante esta Cuaresma estamos comentando cada domingo acercándonos al sentido del día, sobre todo en cuanto a la Palabra de Dios. Del desierto del pasado domingo, pasamos ahora a la transfiguración.

En el camino cuaresmal le sigue al momento del desierto y las tentaciones este episodio luminoso que encontramos este domingo. El contraste es evidente: soledad árida, ayuno y hambre, presencia del tentador, frente a la paz y la gloria que rezuma este pasaje del Evangelio. Ahora Jesús está acompañado, y se escucha la voz del Padre. También el camino del creyente está lleno de contrastes, de pruebas que ponen a prueba y de pequeñas luces que dirigen hacia la gran luz.

Al Señor le pasa algo. Ha cambiado su rostro y hasta sus vestidos. Y le ha pasado mientras oraba. La oración ha sido el medio por el que se ha transfigurado, porque ese diálogo interior con el Padre le hace resplandecer. Así es la oración del cristiano cuando está en íntima comunicación con su amigo Dios. Todo lo que experimenta Jesús es trasladado al discípulo. La razón de ser de este acontecimiento es que el creyente se sienta llamado a dejarse iluminar su propio rostro y sus experiencias, sus ropajes. La Cuaresma es el tiempo del diálogo con Él, para trasformar y transfigurar la vida. La conversión no nace de un esfuerzo autoimpuesto para mejorar cosas o comportamientos y sentir un bienestar emocional. Más bien es el rostro amable del Señor el que va mudando nuestro propio rostro y provocando esa transformación de la vida.

Jesús conversa con Moisés y Elías, y el contenido de la conversación es la muerte. ¿Extraño tema para un coloquio? Estos hombres que hablan con él son la Ley y los Profetas, el Antiguo Testamento. Nos están diciendo que todo estaba anunciado, que todo se va cumplir, que esa muerte será la gloria de Cristo por la que nosotros también alcanzaremos la gloria. Por ello, la Palabra en este tiempo es la mejor forma de entrar en ese diálogo con Dios. Esa Palabra inspira, nos recuerda, nos adelanta al misterio del que participamos con él. Y es la muerte, también la nuestra, la que tiene ese sentido: la entrega para la gloria.

La voz del Padre pide que le escuchemos, que es el Hijo. Que su vida es el mensaje que nos envía para siempre. Escuchadle, y yo os escucharé. Cuando claméis, cuando me invoquéis, cuando quedéis sobrecogidos como Pedro, yo os daré a mi Hijo, yo os reconoceré como hijos. Cuaresma para la escucha. Que el Transfigurado nos transfigure.


Por Juan Pedro Andújr Caravaca