¿Hasta dónde puede llegar el alma que se entrega a Dios?

En la vida contemplativa descubrimos un corazón, un cuerpo, una vida entregada con generosidad y sin reservas a Dios. En ella vemos, igual que María, lo que significa estar a los pies del Señor, escuchar su Palabra y ser uno con Él. Sor Rocío de Jesús es monja minima del Monasterio Ntra. Sra. de la Victoria de Daimiel.

Comienzo estas líneas con una afirmación del Cantar de los Cantares: «Busqué el amor de mi alma» (Ct 3, 1), porque buscar a Jesucristo, cada día, de la mañana a la noche y en cada momento es un deseo profundo del corazón en el alma contemplativa. Esta búsqueda no es un arrebato momentáneo de la amada, se necesita tiempo para caminar en el amor. ¿Qué puede desear el alma contemplativa sino adentrarse en el Amado?

Cuando el alma se decide a seguir solo a Dios, no se apega a nada ni a nadie, porque a quien busca es a Dios, que le ha encontrado primero.

Cuando el alma se decide a seguir solo a Dios, no se apega a nada ni a nadie

¿Hasta dónde puede llegar un alma que se entrega al Dios de su alma? A vivir en oración continua, en gemido interior constante. Por tanto, muy acertado el lema de este año: «La vida contemplativa, cerca de Dios y del dolor del mundo» porque el alma enamorada, en meditación y oración, es en Él donde esconde todo dolor, y a Él encomienda todo gemir, porque «el alma no tiene cosa que le entretenga fuera de Dios, no puede estar mucho sin la presencia del Amado», y desde esa presencia lo contempla todo, también el sufrimiento de los hombres, también la cruz y los crucificados, también la noche y la oscuridad. Con Él, «la tiniebla ya no es tiniebla… la noche tiene luz como el día». Y si el Amado mora en mí, yo puedo morar en Él, esperar en Él, confiar en Él… y dejarlo todo en Él.
El alma contemplativa vive así la esencia de la Iglesia y riega y fecunda su acción evangelizadora: «sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón» (Salmo 18).

Ver a Dios en todas las cosas y en todas las cosas a Dios

¡Ver a Dios en todas las cosas y todas las cosas en Dios! ¡He aquí el secreto de la verdadera dicha, la verdadera bienaventuranza! Todo en la vida tiene sentido si todo lo vivimos en Dios. Porque nada en la vida está a expensas de una casualidad movida por un azar absurdo… Aunque haya causalidad no estamos vendidos a la casualidad; en todo cuanto acontece puede y quiere la Providencia mostrarnos su amor, de manera que «a los que aman a Dios todo les sirve para el bien» (cf. Rom 8, 28).

Con la convicción de la amada podemos clamar: «Ya no tenemos otro oficio... que ya sólo en amar es nuestro ejercicio...». ¿Lo deseas también tú que lees este humilde testimonio? Pues que el Señor te conceda lo que desea tu corazón.
Unidos en el amor de Jesús, caminemos en pos de Él derramando amor «pues Él nos amó primero» (1Jn 4, 19).

[Este artículo se publicó en Con Vosotros de 30 de mayo de 2021]