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Cuando la lucha es cristiana
domingo, 14 de agosto de 2016
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Por
Juan Sánchez Trujillo
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos::
He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un ¡y qué angustia hasta que se cumpla!
¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división.
En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.
Cuando Tú la trajiste, Jesús, y la tuviste en tu vida, es que es buena la lucha, la guerra, la división. Porque Tú no viniste a dispensarnos del combate o a quitarnos los lobos que acechan al rebaño. Tampoco viniste a hacernos monocolores y a privarnos de esta forma de conquistar nuestro propio colorido. Tus, por otra parte, deseos de unidad no pasan por suprimir la guerra de las generaciones, el debate de las culturas, la dialéctica de los partidos. Precisamente, cuando nos enviaste tu Espíritu católico y universal, fueron lenguas diversas y canales diferentes los que transmitieron al mundo tu único Espíritu pluriforme.
Es la guerra del amor la que Tú, Jesús, nos trajiste. La lucha por el respeto, por la valoración, por la promoción de “ los otros y de lo otro” como condición imprescindible para sobrevivir el hombre, como cláusula necesaria para la emergencia y floración de nuestra propia mismidad. La guerra del intercambio y torneo entre dos seres distintos que diferenciándose se unen, que enfrentándose se abrazan, que negándose se afirman.
Por eso, Jesús, quien no guerrea tu guerra, quien no promueve la diversidad, quien no lucha por hacer distintos, introduce en el mundo la guerra que Tú no quieres, la injusticia que abominas, la masificación que Tú aborreces.
Y es que la guerra que Tú provocas y declaras es una confrontación contra el odio, un enfrentamiento contra la injusticia, una lucha reivindicatoria de los derechos de Dios y de los hombres.
Por eso, cuando irrumpe o salta tu fuego en el corazón de un hombre, ese hombre queda alistado para el combate y listo para el amor. A partir de entonces el militante de tu espíritu concita contra sí los poderes ocultos de la mentira, las estrategias de la explotación, las artimañas de la eliminación, las violencias del poder. Es entonces cuando la inocencia del cordero y el candor de la paloma son declaración de guerra para la injusticia del lobo y la astucia de la zorra. Surge entonces el siervo paciente, el justo injustamente perseguido, cuya derrota prepara la victoria del bien. Y su sangre derramada desarma a los enemigos, cayendo en tierra el muro de separación que tenía enfrentados a los miembros de la única familia de Dios.
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