No eres Dios de muertos

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¿Para qué Te querríamos, Dios, si tu amor a nosotros terminara en nuestra muerte, si cancelaras tu Alianza una vez concluido nuestro último suspiro? ¿Para qué afirmarte Padre, si la tumba y la corrupción pudiera más que tu corazón omnipotente? ¿Para qué confesarte inmortal, si es la muerte nuestro destino? ¿Prolongarían más al hombre las lápidas y las memorias que tu corazón de amante en el que están grabados a fuego de amor los nombres de todos los hombres?
 
No, no eres un Dios de muertos sino de vivos. No eres un vampiro cruel que se mantiene de generación en generación  chupando la sangre de los vivos. No devoras a tus hijos para conservarte vivo. Eres, ciertamente, un Dios de vivos, un Dios amante, un Dios poderoso. Porque poco Dios serías, poco potente tu amor y muy enclenque tu capacidad creadora y recreadora, si los días de tus hijos se pudieran contar con nuestros números... y si sus nombre quedaran más tiempo grabados en el mármol frío que en tu corazón caliente de Padre resucitador.
 
¡Qué poco valdría nuestra valiosa vida, si no estuvieras Tú deseando y garantizando nuestra perenne continuidad! ¡Qué muertos estaríamos ya los vivos, si cada paso que nos separa de la cuna nos acercara a la muerte total! ¡Qué ironía y que tragedia sería vivir, si las tumbas nos se trocaran en cunas !
 
Pero no, Dios. Tú no eres un Dios de muertos sino de vivos. Abraham, Isaac, Jacob y todos los que en el Señor han muerto, tenemos en Cristo, muerto y resucitado, las primicias y garantía de nuestra personal y feliz resurrección. Y es que la última palabra sobre la vida de los hombres la tiene el Dios de la vida, inmortal e inmortalizador. Listado completo de Comentarios