«He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra».
En esta sociedad en la que estamos viviendo hay muchas cosas por las que las familias se convierten en auténticas guerras: la política, las ideologías, el ambiente en el que estamos viviendo, que para unos es lo mejor y para otros lo peor.
Todos tenemos experiencia de que en cada una de nuestras familias hay determinados temas que no pueden sacarse porque inmediatamente salta la chispa, llega la discusión, la división y la guerra, de tal manera que por ellos se dividen los hermanos, los padres y los hijos, etc.
Jesús se presenta como fuego que arderá en la tierra, como causa de división de las mismas familias, entre hermanos, entre las nueras y las suegras, entre unos y otros, porque Cristo no puede quedar indiferente a nadie que lo conozca, o estás con Él o estás contra él.
Cristo no puede quedar indiferente a nadie que lo conozca, o estás con Él o estás contra él.
Su personalidad, su mensaje y su vida es tan claro que crea división. Hay quienes ante el mensaje de Jesús se sienten atacados en su manera de vivir y reaccionan en contra, olvidándose o rechazando su persona y su mensaje. Otros se sienten atraídos y llamados por su persona y su mensaje y tratan de vivir de acuerdo con lo que el mensaje de Jesús les pide.
Así aparece la guerra, la división, porque unos no creen y desprecian al que cree, y otros creen y se enfrentan con los que no creen.
Hoy hay un problema añadido que es fruto de una sociedad cada día más sin Dios, no porque Él no esté presente, sino porque nosotros nos hemos empeñado en no reconocerlo. Hoy Jesús no es causa de división en muchas familias, y en muchas casas, porque cada vez hay más gente y muchas familias para quienes Cristo y su mensaje no significan nada, y por lo mismo, si a todos los que forman una misma familia, no les importa nada Cristo ni su mensaje, estamos haciendo un mundo sin Dios y, por lo mismo, un mundo en el que Dios es el gran olvidado y el gran desconocido.
Esta desgraciada realidad nos hace y nos pide que hagamos una reflexión de lo que está significando Cristo para cada uno de nosotros y también lo que está significando para nuestras familias. Esta reflexión tal vez nos haga caer en la cuenta de que hemos cambiado al Dios auténtico por pequeños diosecillos del tener, el poder y el gozar, y el Dios de Jesucristo, no tiene cabida en nuestra vida.
Si reflexionamos en nuestras familias podemos ver que nuestra familia se sigue confesando familia cristiana, pero que los valores del evangelio no son por los que ella se rige, que se rige más bien por los valores de la sociedad, que promueve un estilo de vida en el que los valores fundamentales son el tener más y más: más dinero, más poder, más placer, y no hace caso ni le dicen nada los valores auténticos del evangelio que Cristo vivió y predicó.
Esta es la guerra que Cristo ha traído a la tierra, la división entre los que creen y los que no creen, la lucha por la fe y la vivencia de la misma o la lucha por otros valores que no tienen nada que ver con los del evangelio de Cristo, como son los valores de una sociedad egoísta y hedonista.
¿Qué importancia tiene Cristo y sus valores en nuestra vida, la de cada uno de nosotros?
Hagamos esta reflexión preguntándonos: ¿qué importancia tiene Cristo y sus valores en nuestra vida, la de cada uno de nosotros, y qué importancia están teniendo los otros valores que hablan de valores contrarios?
En nosotros, en nuestras familias ¿cuáles son los valores que reinan? ¿Son los valores del evangelio del amor, el perdón, la importancia de Dios para nosotros o estos pasan desapercibidos porque solo estamos dando culto al dinero, al tener y al gozar?
Pensemos en nuestra realidad, la realidad de cada uno y de cada familia y dejemos entrar a Dios en nuestra vida y en la de nuestras familias, para que podamos decirnos y llamarnos cristianos.
+ Gerardo Melgar Viciosa
Obispo Prior de Ciudad Real
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