Sábado Santo: entrar en la noche para superar la noche

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En el Sábado Santo todo es quietud y expectativa. Tendemos con demasiada frecuencia a llenar este día con algún contenido o actividad suplementarias, porque nos dan miedo el silencio y el vacío. Pero el silencio y el vacío pertenecen a este día tremendo como la forma litúrgica más apropiada para celebrar un misterio de fe que hemos olvidado: el descenso a los infiernos.
La Iglesia medita en este día junto con María a la puerta del sepulcro cerrado, sin poder seguir al Hijo en una empresa en la que Él está solo en completa pasividad. No podemos seguirlo pero sabemos que debemos esperarle y afrontar en la fe nuestra noche. No como si la muerte y el sepulcro supusieran la ausencia de Dios, y sólo con la resurrección dijera el Padre su sí a la entrega del Hijo. Al contrario, la estancia de Cristo en el sepulcro y el silencio aparente de Dios son ya un sí divino, pero enormemente misterioso.
¿Qué queremos decir con el artículo de fe del Credo apostólico, que llena el Sábado Santo: “descendió a los infiernos”? Que el Hijo, en el abandono del Padre y en la pasividad de la muerte, busca al Padre allí donde el Padre no se puede encontrar: en el abismo del pecado acumulado contra Dios. Cristo se pone en el lugar del pecado, el lugar más alejado de Dios, sin abandonar el seno del Padre ni la unidad con Él por el Espíritu, como recuerda la liturgia oriental. Para que el Padre, al volverse al Hijo que se encuentra en la máxima lejanía, abrace en Él a los que yacen en la muerte para llamarlos de nuevo a la vida, como se ve en el icono oriental del descenso a los infiernos, que es ya un icono de la resurrección. ¡El abrazo eterno en el seno del infierno, en la forma de la negatividad y del no ver absolutos! Del mismo modo que Dios sacó del caos del Génesis la primera creación, ahora, de este caos de la muerte y el pecado que se ha hecho de una misma carne con el cadáver del Hijo, Dios hará surgir la nueva creación resucitando la carne humana de Cristo. Entrar en la noche para superar la noche, éste es el misterio del Sábado Santo.

El descenso de Cristo al Seol fue la causa de numerosos beneficios para nuestra raza, porque a causa de nuestra salvación despojó a la muerte de su poder, predicó la Resurrección a los que yacían en el polvo y dio el perdón a los que, sin ley, habían pecado. Destruyó el Seol, mató al peado, avergonzó a Satán, hizo gemir a los demonios y abolió las fiestas de los diablos. (La cueva de los tesoros LIV, 1-3).


Este icono, al que se refiere el artículo, representa a Cristo descendiendo a los infiernos en el Sábado Santo, sobre las puertas del abismo que acaba de abrir. Ahora, Cristo sujeta a Adán y Eva que en otro tiempo cogieron el fruto prohibido, pero que hoy agarran la manos de Cristo.