Llamamos a nuestra religión una religión “revelada”, es decir, fruto de alguien –Dios– que se muestra, que se da a conocer, que revela su ser y su proyecto sobre el hombre.
Hay también otros modos de conocer a Dios. Se denomina a esto la vía natural, que es el modo en que la razón humana, partiendo de la observación de las realidades creadas, reflexiona, intuye, avanza hacia una imagen de un Dios que fuese el que hace posible todo cuanto existe. Sería como un camino de ascenso donde, desde la realidad del hombre, se apunta hacia lo divino.
Pero el Cristianismo es revelación, nace de otro, no es producto de la elucubración del ser humano. En esto compartimos la raíz con el Judaísmo. Es Dios quien sale al encuentro, esto es la Revelación. Es Dios mismo quien genera una relación con el hombre, que desemboca en una Historia Sagrada, o Historia de la Salvación. Es a través de personas y de acontecimientos históricos cómo Dios ha querido darse a conocer, siendo en su hijo Jesucristo donde se alcanza el culmen de esa revelación. Así, la fe para nosotros no es un intento humano por alcanzarle a él, sino que ha sido él quien se ha adelantado, dándonos un conocimiento de sí mismo incomparable con la pequeña capacidad de nuestra razón.
Dios revela quién es él pero también quiénes somos nosotros: en qué consiste nuestro ser, nuestra dignidad, nuestro origen y nuestra meta, que no es otra cosa que llegar a la plenitud de la vida en Él. Pero lo extraordinario de la fe no es que Dios se limite a comunicarnos conocimientos: es que Él mismo se nos da, se nos ofrece, vierte su ser sobre nosotros. Dios nos ha hablado, y a la vez se ha dado a nosotros. Todo un camino que se concentra en Jesús de Nazaret, el verbo, la palabra, el mensaje de Dios al mundo, que a su vez es Dios mismo con nosotros, el Emmanuel, en quien Dios entero se ha vaciado, se nos ha dado. Este camino descendente, de Dios hacia nosotros, pide ahora la respuesta a esa entrega. Y eso es la fe: acoger y responder a la revelación de Dios, recibiendo todo lo que él nos ha dicho, lo que espera de nosotros. Y entrar en esa comunión de vida: darnos al que se nos dio por entero, caminar hacia su mismo ser.
Por Juan Pedro Andújar Caravaca