«Y ya llegó septiembre». Carta de nuestro Obispo

Parece que era ayer cuando preparába­mos ilusionados las vacaciones, cuando los estudiantes pen­sabais en los meses que teníais por delante, cuando las familias progra­mabais las vacaciones para este año, cuando todos llenos de ilusión y ale­gría pensábamos en nuestro descan­so bien merecido por nuestro trabajo durante todo el curso.
Parece que fue ayer, pero ya pasó y ha llegado septiembre, con todas las preocupaciones de algo que se comienza de nuevo: los padres con los preparativos de todo lo necesario para que los hijos empiecen el cole­gio, los hijos con pocas ganas de co­menzar el nuevo curso, pero van a tenerlo que hacer sin más remedio. Todos con nuevos proyectos, nuevas ilusiones y nuevos programas y nue­vas esperanzas para el curso que co­mienza.
En estos momentos de comenzar un nuevo curso nos viene a la memo­ria aquello de que al finalizar el ante­rior nos proponíamos como algo que teníamos que conseguir en este, por­que lo creíamos necesario para noso­tros como personas y también como creyentes.
Y si comenzamos una nueva etapa y queremos hacerlo con ilusión, ten­dremos necesariamente que afron­tarlo en todos los aspectos de la vida, y digo en todos, porque seguro que coincidiréis conmigo que tantas ve­ces al comenzar un nuevo curso pro­gramamos todos los aspectos del mis­mo, pero casi siempre se nos escapa nuestro progreso en nuestra identi­dad como creyentes y cristianos.
El curso pasado nos propusimos dos sectores prioritarios a trabajar pastoralmente: el de la evangeliza­ción de la familia y el de la promo­ción de las vocaciones sacerdotales en los jóvenes. Nos queda mucho que conseguir en ambos campos, por eso continuamos este curso acompa­ñando a la familia en todos los mo­mentos que la constituyen como tal y, a los jóvenes, en el planteamien­to de su vida como respuesta voca­cional, concretando cuanto podamos este año aquellos objetivos y acciones que comenzábamos el curso pasado.
Vosotros, padres y madres de fa­milia, debéis seguir empeñados en lograr en vuestro hogar un ambien­te en el que Dios tenga su puesto im­portante, porque fruto de esa viven­cia cristiana de la familia va a ser el fruto que luego recojáis en vuestros hijos, interesados por Cristo y su mensaje como algo que llene su vida y de sentido a todo cuanto viven.
Jóvenes, en vuestra vida Dios no puede ser alguien extraño ni ajeno, sino alguien que os ayude a madu­rar, que os interpele y de sentido a to­dos vuestros grandes interrogantes, por eso tenéis que contar con Él, in­teresaros por Él y su vida, cultivaros como jóvenes cristianos, plantearos vuestra vocación desde la pregunta: ¿cuál es el camino por el que Dios me está lla­mando?
Tenemos todos, al comenzar un nuevo curso, un cuaderno nuevo que hemos de llenar con nuestros objeti­vos y nuestras ilusiones a todos los niveles, también a nivel de fe. Co­mencemos llenos de ilusión, apo­yándonos mutuamente y todos en la ayuda del Señor para que fructi­fiquemos en las buenas obras que Él, el Señor, espera de nosotros, y que a nosotros nos ayudarán a madurar como personas y como cristianos.
La tarea es muy amplia y son po­cos los que a veces se plantean cómo vivirla mejor y ponerse a disposición para hacerla avanzar.
Al comenzar un nuevo curso es importante que todos nos pregunte­mos ¿qué puedo yo hacer para que la evangelización del mundo, del am­biente, de mi pueblo y de mi familia vaya siendo una realidad?
Preguntémonos por nuestro com­promiso y comencemos este nuevo curso con verdadera ilusión y ganas de hacer de nuestra vida una vida al servicio de la evangelización y de lo que Dios espera de nosotros.

+ Gerardo