«Las mejores flores son la oración por nuestros difuntos»

En la mañana de este 2 de noviembre, el obispo de Ciudad Real, don Abilio Martínez Varea, presidió la eucaristía por la conmemoración de los fieles difuntos en el cementerio de la capital. La celebración, que tuvo lugar al aire libre, reunió a numerosos fieles que quisieron recordar y rezar por sus familiares y amigos fallecidos. En la misa concelebraron varios sacerdotes de Ciudad Real y participó también el obispo emérito, don Gerardo Melgar Viciosa y el diácono Diego Plana. Entre los asistentes se encontraban representantes del Ayuntamiento de Ciudad Real, como el alcalde, Francisco Cañizares.

En el inicio de la homilía, don Abilio ha recordado que ayer celebramos la solemnidad de Todos los Santos, a la que sigue la conmemoración de los fieles difuntos «que subraya la necesidad de orar por aquellos que están esperando alcanzar la gloria de Dios». «Ayer eran los santos canonizados y no canonizados que están en el cielo. Hoy, nuestros fieles difuntos, aquellos antepasados nuestros que nos han precedido, incluso aquellos por los que podemos rezar, que están esperando ese abrazo purificador por parte de Jesucristo para llegar a la plena gloria de Dios», ha explicado.

Don Abilio ha invitado a reflexionar sobre la actitud de la sociedad ante la muerte, señalando que «se intenta ocultar o hacerla más llevadera», pero ha recordado que «es una realidad biológica que se nos impone y que, de alguna manera, en algún momento tenemos que afrontar: la muerte de unos seres queridos o pensar en la propia nuestra». Ante esa realidad, el obispo ha pedido mirar a la Palabra de Dios, que ofrece luz y esperanza a todos los creyentes.

Al comentar la primera lectura, tomada del Libro de las Lamentaciones, el obispo ha destacado cómo el pueblo de Israel supo mantener la esperanza incluso en medio de la destrucción: «A pesar de que Israel ha sido subyugado, yo pongo mi confianza en el Señor, pongo mi esperanza en el Señor. ¿Por qué? Porque Dios es un Dios misericordioso y compasivo, que tiene entrañas, incluso de madre, y que quiere a su pueblo».

A partir de esa lectura, Mons. Martínez Varea ha hablado del misterio de la muerte: «Ante la muerte, que es la destrucción de nuestro templo, que es la destrucción de nuestro cuerpo, también confiados en la misericordia del Señor y en su compasión y en su ternura, nosotros también esperamos una vida eterna, esperamos una renovación, una resurrección».

La esperanza cristiana, ha explicado, se funda en la muerte y resurrección de Cristo. «Cristo ha muerto y resucitado por nosotros. Y si nosotros por el bautismo morimos al pecado, también por el bautismo experimentamos la vida eterna, experimentamos la resurrección», ha dicho. Así, recuerda que la vida que nace del bautismo «no termina aquí, sino que se prolonga en la vida eterna», porque «esa filiación divina es una auténtica realidad, no una simple metáfora que culminará en el cielo, porque ya lo estamos viviendo aquí en la tierra».
 

«Nos olvidemos que las mejores flores que podemos ofrecer son las de nuestra oración y las de nuestro recuerdo por todos aquellos fieles difuntos que descansan en este cementerio»


En cuanto al Evangelio de san Juan, don Abilio ha subrayado que Jesucristo es el camino, la verdad y la vida, y que «solo si somos seguidores de Jesús, si nos aferramos a Él, tendremos ese acceso al Padre, ese acceso a la vida eterna». No por méritos humanos, ha añadido, sino «porque unidos a Cristo sacramentalmente, llegamos al Padre».

«La verdad —explica el obispo— no es para el cristiano una verdad puramente de conocimiento, una verdad que está solamente en la cabeza, es una verdad salvífica. Cristo ha venido a traernos la verdad que nos lleva a la vida eterna a través de esa verdad que es Dios Padre misericordioso, ternura y compasión. Y Jesucristo ha venido a traernos la vida, esa vida que se nos transmite en el sacramento del bautismo, que Él nos ha adquirido a través de la muerte en la cruz y de su propia resurrección».

Al final de su homilía, don Abilio ha invitado a todos los presentes a unir los gestos de cariño hacia los difuntos con la oración: «Hoy hemos venido a este cementerio a adornar las tumbas, a limpiarlas, a poner las flores. Pero no nos olvidemos de rezar por nuestros difuntos. Es el día de la conmemoración de los fieles difuntos, un día de oración».

Asimismo, ha recordado que la comunión de los santos une a toda la Iglesia —la que peregrina en la tierra, la que contempla a Dios en el cielo y la que se purifica para verle—, y que «la eucaristía es el mejor de los sufragios, porque en ella la intercesión de la Iglesia se une a la intercesión de Jesucristo por todos nuestros hermanos difuntos».

Finalmente, ha concluido exhortando a todos a hacer «ese rito precioso de limpiar nuestras tumbas, de llevar esas flores en recuerdo de nuestros antepasados. Pero no nos olvidemos que las mejores flores que podemos ofrecer son las de nuestra oración y las de nuestro recuerdo por todos aquellos fieles difuntos que descansan en este cementerio».