«La vida consagrada es luz que brilla en las tinieblas»

Como cada año, el pasado 2 de febrero los religiosos se reunieron en la catedral para renovar sus votos en la celebración de la Presentación del Señor en el templo.

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La liturgia, presidida por el obispo, don Gerardo Melgar, comenzó a los pies del templo con el encendido de las candelas y la procesión inicial. Concelebraron varios sacerdotes, entre los que había varios religiosos y el presidente de CONFER en la diócesis de Ciudad Real, el sacerdote claretiano Jaime Aceña Cuadrado.

Don Gerardo se dirigió a toda la comunidad recordando la institución de esta fiesta para los religiosos, durante el papado de san Juan Pablo II, que «quiso unirla precisamente a la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo porque ciertamente podemos establecer entre ambas realidades un cierto paralelismo de mucha riqueza de significado. La fiesta de la Presentación de Jesús en el templo es la fiesta del encuentro de Simeón y de Ana con Cristo, cuyo encuentro colma todas sus aspiraciones, de tal manera que Simeón va a exclamar: Ahora Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos».

Precisamente, la vida consagrada «significa también el encuentro de cada persona consagrada con Jesús, como alguien que colma todos sus anhelos», dijo don Gerardo, explicando que la entrega de los religiosos al Señor es total, sin reservarse nada para ellos: «Por tenerle a Él, no importa tener que abandonar todo en la vida».

«La sola presencia de la persona consagrada habla siempre de Dios»

«La vida consagrada es desde siempre una luz que brilla en medio de las tinieblas de este mundo, en un mundo empeñado en prescindir de Dios. La vida religiosa y las religiosas y religiosos deben brillar con una fuerza especial, de tal manera que muestren a todos los hombres la realidad de la luz, de la presencia de Dios en medio de este mundo», explicó.

Respecto a la vocación de los religiosos, don Gerardo recordó la entrega de Jesús por la salvación del mundo: «La respuesta vocacional de la persona consagrada es siempre también oblación y entrega total, sin reservarse nada para sí misma, sino entregándose en alma, vida y corazón al servicio de Dios y de los hermanos, en la vocación a la que ha sido llamada».

«La sola presencia de la persona consagrada habla siempre de Dios», dijo, «con su presencia y con su estilo de vida está haciendo patente y poniendo de manifiesto la importancia de Dios, y suscita, en los demás, interrogantes importantes. ¿Por qué esta persona es feliz y yo no?

«Vivir la vida de tal manera que se renueve cada día nuestra consagración. Estrenar cada día nuestra entrega al Señor con ilusión, como si fuera el primer día de nuestra profesión religiosa»

Continuó subrayando la necesidad de la vida religiosa en la Iglesia, que no se entendería sin la presencia de los religiosos: «Sin ella, el mundo quedaría tremendamente empobrecido y privado de algo fundamental para que los hombres y mujeres de todos los tiempos encuentren sentido a su vida y vivan la vida con esperanza».

Destacó tres maneras de vivir la consagración: la alegría de la fe, su enraizamiento en Cristo y, por último, «vivir la vida de tal manera que se renueve cada día nuestra consagración. Estrenar cada día nuestra entrega al Señor con ilusión, como si fuera el primer día de nuestra profesión religiosa».

En este mismo sentido, continuó diciendo que no hay que acostumbrarse a ser consagrados: «Al comenzar el día tenemos que ofrecer al Señor nuestra vida y pedirle que nos ayude a no defraudar su amor y su confianza».

«Si somos capaces de vivir nuestra vida con alegría, bien enraizados en Cristo, renovando nuestra identidad de consagrados cada día y, además, lo hacemos llenos de esperanza en un Dios que no defrauda, estaremos siendo de verdad auténticos, signos de la presencia de Dios en el mundo. Seremos y estaremos acercando a Dios a los hombres y a los hombres a Dios, y seremos interpelación para tantos que nos ven vivir y actuar», concluyó.

Después de la homilía, todos los consagrados en la catedral renovaron los votos religiosos ante el Señor. Además, al final de la misa, en el momento de la acción de gracias, recordaron su bautismo junto a toda la comunidad.