Asunción: su camino sí es nuestro camino

 Cuando la primitiva comunidad cristiana se plantea la figura de María, lo hará siempre en clara referencia a la Iglesia. Desde antiguo, la madre de Dios fue el espejo en el que se reconoce y, a la vez, el motivo más perenne de sus alegrías. La multitud de fiestas marianas que sal­pican nuestro calendario dan buena fe de esta toma de conciencia del pueblo de Dios. María y la Iglesia repre­sentan una alianza sin posibilidad de disolución, por lo que equivocaríamos el camino al pretender acercarnos a una, dejando a un lado a la otra.

Esta relación inconmovible se concreta también en la peregrinación de fe de cada creyente. Todo discípulo tiene a María por madre y compañera de camino. Lo que ella ha vivido se repite de algún modo en cada uno de los cris­tianos. Al contemplar su glorificación en esta fiesta, no la admiramos principalmente como a una privilegiada, por­que lo que Dios le ha concedido constituye el desarrollo natural del itinerario de todo discípulo. De ahí que no la sometamos a estudio como a un ejemplar extraño del que alegrarnos por su singularidad, sino que hacemos fiesta porque un día su gloria será también la nuestra.

Este es el modo en el que María permanece con su pueblo y el método propio de su evangelización a través de la belleza. La presencia del cristianismo no se juega fundamentalmente en el mundo de las ideas. Como nos recordaba Benedicto XVI, la fe nace del en­cuentro con un acontecimiento que transforma la vida y, por tanto, su camino no puede ser otro que aquel que siguió el Verbo en su encarnación. Ante las pala­bras grandilocuentes de nuestro mundo, amplificadas por los medios de comunicación, María nos propone la «vía de los acontecimientos». Existe una gloria que nos aguarda y que hace que nuestra exis­tencia pueda proyectarse más allá de las congojas de «este valle de lágrimas». Si este fue su camino, los cris­tianos del siglo XXI no podremos tomar otro método que el des­velar ante nuestros contemporáneos la existencia de un he­cho, de una persona ante la que las ideas enmudecen.

Ángel Moreno Mayoral