«Sólo desde el amor nuestro sacerdocio será creible»

En la mañana del Miércoles Santo, se celebró en la catedral de Ciudad Real la Misa Crismal que presidió el obispo, don Gerardo Melgar.

Antes de la misa, los sacerdotes se reunieron en la parroquia de Santa María del Prado (La Merced), donde celebraron un acto penitencial.

Desde la parroquia, al mediodía, los sacerdotes se dirigieron a la catedral, donde la Misa Crismal congregó a la mayor parte del presbiterio diocesano que, durante esta eucaristía, renueva las promesas sacerdotales.

Aunque el día en el que se debería celebrar la Misa Crismal es el Jueves Santo, en nuestra diócesis se traslada al miércoles para facilitar la participación.

Don Gerardo Melgar, en la homilía, habló de la unión del presbiterio que se hace patente en la Misa Crismal: «Solamente desde la unidad, la comunión y el amor entre nosotros, nuestro sacerdocio será un signo creíble, elocuente y eficaz que ayude a los que no creen a acercarse al Señor, porque ven el amor que nos tenemos».

Como signo creible que son los presbíteros, dijo, aquellos que se encuentren con un sacerdote podrán exclamar: «Mirad cómo se aman».

Se refirió al día de la ordenación de cada uno de ellos, que después renovarían las promesas que hicieron entonces: «Un año más tenemos la oportunidad de participar y responder a la llamada que desde la Misa Crismal se nos hace a volver a dar nuestro sí al Señor, a renovar las promesas sacerdotales que hicimos en nuestra ordenación sacerdotal. Todos y cada uno de nosotros recordamos aquel día como el más importante de nuestra vida, como el día en el que el Señor mismo, mediante las manos del obispo, nos impuso sus manos y nos consagró para la misión».

El carácter que imprimió el compromiso de la ordenación fue para «ser sacerdotes de Jesucristo, que es lo mismo que decir que nos comprometimos, como sacerdotes para siempre, a estar en la presencia del Señor; es decir, a vivir desde Dios, para Dios y con Dios, y mirarlo a Él y vivir para Él», dijo.

Por esto, la vida sacerdotal ha de ser vivida «en presencia de Dios» y en «favor de los demás, manteniendo el mundo abierto hacia Dios y con la mirada dirigida a Él».

Vivir el sacerdocio en presencia de Dios, continuó don Gerardo, implica «hacernos cargo de los hombres ante el Señor, que a su vez se hace cargo de nosotros ante el Padre». Este camino de entrega, como el de Cristo, puede ser difícil, por lo que los sacerdotes han de estar dispuestos a «sufrir ultrajes y vejaciones por el Señor, como hicieron los apóstoles». Al contrario de lo que puede parecer, estos sufrimientos se viven con alegría, como los apóstoles, que «se sentían contentos de haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Señor».

Don Gerardo continuó explicando la labor sacerdotal, con la liturgia como la «tarea central», con la oración aprendida en la «escuela de Cristo», con familiaridad con la Palabra de Dios, para «amarla y vivirla para saber anunciarla a los hermanos».

«Solamente desde la unidad, la comunión y el amor entre nosotros, nuestro sacerdocio será un signo creíble, elocuente y eficaz que ayude a los que no creen a acercarse al Señor, porque ven el amor que nos tenemos»

Advirtió del peligro que puede suponer estar en contacto permanente con lo sagrado, que puede convertirse en una costumbre que impida ver la grandeza de la realidad de que «el Señor mismo está presente, nos habla y se entrega por nosotros».

Este servicio sacerdotal «significa cercanía, pero sobre todo significa obediencia. El servidor debe cumplir las palabras de Cristo: No se haga mi voluntad, sino la tuya. Sólo anunciamos correctamente la palabra de Cristo si lo hacemos en la comunión con su cuerpo, que es la Iglesia. Nuestra obediencia es creer en la Iglesia y con la Iglesia, pensar y hablar con la Iglesia y servir con ella».

Invitó al presbiterio a vivir el servicio del sacerdocio abriendo a los hombres a Dios, preguntándose si se hace todo lo posible. A pesar del momento histórico que vivimos, cuando «parece que el mundo ha dado la espalda a Dios, debemos preguntarnos si realmente estamos haciendo todo cuanto está en nuestra mano para que el mundo se abra a Él», dijo.

En esta línea, insistió en no perder la centralidad de Cristo en la misión: «A veces nos entretenemos en otras cosas que no ayudan a que los ojos y el corazón de los demás se centren en Dios, ni valoren la importancia que Dios debe tener para su vida. Por eso, tenemos que preguntarnos si estamos viviendo y cumpliendo bien la misión que el Señor nos ha confiado».

El cumplimiento de esta misión de Cristo no deja espacio para personalismos: «Nuestro servicio es principalmente un servicio de obediencia a lo que Dios nos pide y no a lo que se nos ocurra a nosotros anunciar. No nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Cristo, y como Él lo hace, no haciendo su voluntad, sino la voluntad del Padre. Aunque muchas veces ese hacer la voluntad del Padre nos traiga sufrimientos».

«Renovar quiere decir tratar que lo que prometimos en nuestra ordenación no se quede mustio y lacio en nosotros, que si algo languidece o se ha quedado mustio en nuestra vida, recobre toda su frescura y fuerza»

Respecto a la renovación de las promesas sacerdotales que se hace en esta eucaristía, don Gerardo explicó que «renovar quiere decir tratar que lo que prometimos en nuestra ordenación no se quede mustio y lacio en nosotros, que si algo languidece o se queda mustio en nuestra vida, recobre toda su frescura y fuerza».

«Que María, la madre de los sacerdotes y estrella de la Nueva Evangelización, nos ayude a ser dóciles al Espíritu y a vivir con alegría y total entrega a nuestra vocación», concluyó.

Después de la homilía, los presbíteros presentes en el templo renovaron sus promesas sacerdotales. En las preces, la asamblea oró por los sacerdotes, «para que sean ministros fieles de Cristo sumo sacerdote».

Al finalizar la plegaria eucarística, el obispo bendijo el óleo de los enfermos. Del mismo modo, después de la comunión, bendijo el óleo de los catecúmenos y consagró el Santo Crisma, con el que se ungirá durante todo el año a los bautizados, confirmados y sacerdotes. Después de la misa, los óleos se distribuyen por toda la diócesis para su uso en estos sacramentos por lo que esta celebración tiene un carácter marcadamente diocesano.