«Mis ojos han visto a tu salvador»

Si contamos cuarenta días desde la Natividad del Señor, llegamos al día dos de febrero, día en que se celebra la Presentación del Señor, llamada popularmente Candelaria, porque en el rito propio de esta fiesta se encienden y bendicen unas velas o candelas.

Este rito de luz está en conexión con el Evangelio propio, donde Simeón afirma que sus ojos han visto en Jesús al Salvador, que es luz para alumbrar a las naciones y, por tanto, en conexión con el tiempo de Navidad, donde celebramos al Verbo hecho carne, que es luz que alumbra a todo hombre.

También esta fiesta hace alusión a los cuarenta días de purificación que la madre ha de cumplir después del parto, y que María, toda pura, también cumple, como israelita amante de Dios.

María, aparte de purificarse, lleva con José el niño al templo para presentarlo y rescatarlo de la consagración ya que, en recuerdo de la última plaga de Egipto, todo varón primogénito pertenecía al Señor. Hacen una ofrenda sencilla para que ese primer hijo pueda quedarse con sus padres. Misteriosamente, con este gesto están reconociendo al verdadero Dios y hombre que nos rescatará del pecado y de la muerte, por estar plenamente consagrado y entregado a la voluntad del Padre.

El tierno niño salvador, recibe junto con su madre una profecía de Simeón, que alude veladamente a este misterio de sufrimiento, amor y vida que hay en la cruz y en la resurrección

Por eso, ya en la Pascua de Navidad, se vislumbra la Pascua de la muerte y resurrección de Cristo. En este sentido, el tierno niño salvador, recibe junto con su madre una profecía de Simeón, que alude veladamente a este misterio de sufrimiento, amor y vida que hay en la cruz y en la resurrección: esa espada de dolor, ese caer y levantarse.

Testigos de ese salvador traspasado de amor y misericordia son los miembros de la Vida Consagrada (monjes, monjas, religiosos, religiosas, vírgenes y consagrados). Sus ojos cada día miran a Cristo, centro de sus corazones, para testimoniarlo después con su vida consagrada en la oración y en la caridad con todos.

La fiesta de la Presentación también nos trae la Jornada de la Vida Consagrada, en la cual recordamos la consagración de tantos hermanos que hace fecunda a la Iglesia con su entrega a la contemplación y a la actividad caritativa. Son personas justas y piadosas, como Simeón y Ana, que buscan vivir en el Espíritu para perfeccionar así la vida de la Iglesia.

Sería bueno que en este día de la Presentación rezásemos de modo especial por los que fielmente y sin cansarse oran siempre por nosotros.
 
Por Domingo García-Muñoz Elipe