«Me pongo, Señor, en tus manos. Tú eres mi Padre»


El 4 de marzo de 2019, a las once de la mañana, comenzó en la Catedral la misa exequial por monseñor Rafael Torija, obispo emérito de la diócesis de Ciudad Real.

Con el templo abarrotado, el féretro, portado a hombros por seis sacerdotes -todos ellos ordenados por el obispo difunto-, se llevó en procesión hasta los pies del presbiterio.

Allí, después del saludo del obispo, cuatro sacerdotes dejaron sobre el féretro una casulla blanca, una mitra, el evangeliario y un báculo.

Tras las lecturas, monseñor Melgar, que presidió la misa, dirigió unas palabras a toda la comunidad, comenzando por el pésame del papa Francisco que recibió minutos antes  y leyendo fragmentos del testamento espiritual de don Rafael. De este modo, hizo resonar la voz de monseñor Torija en la misma sede desde la que se dirigió tantas veces a los fieles.

En concreto, habló de la muerte, que don Rafael tenía presente con estas palabras: «Con frecuencia, a lo largo de mi vida he pensado en la muerte. Ahora, ya emérito la contemplo con más serenidad y lleno de esperanza: vamos a la casa del Padre, sabiendo que, con la muerte, la vida no termina, se transforma y que, destruida nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el Cielo, en la Casa del Padre. Me consuela la esperanza en la misericordia infinita de Dios».

Este consuelo de don Rafael lo era también para los participantes en la misa, que después escucharon su acción de gracias a Dios: «Te ruego Padre, que aceptes mi acción de gracias por todos los innumerables dones de tu amor: existencia, vida cristiana, vocación sacerdotal, ministerio pastoral de sacerdote y obispo de la Iglesia; familia, seminario, presbiterio, Conferencia Episcopal, personas consagradas, apóstoles seglares…dificultades y sufrimientos, gozos y alegrías, salud y enfermedad. Gracias Padre. Espero con alegría y confianza, con gozo pascual, el momento en el que dispongas “mi paso” a tu casa. Te ruego una muerte en tu gracia y en tu paz. Por Cristo, tu Hijo, mi hermano y Salvador.; me apoyo en la intercesión de María, su Madre y Madre de la Iglesia. Que tu Espíritu realice en mí lo que tantas veces le he pedido: “Lava lo que está sucio, riega lo que está seco, sana lo que está herido, dobla lo que está rígido, calienta lo que está frío, endereza lo que está torcido”».

«Te ruego Padre, que aceptes mi acción de gracias por todos los innumerables dones de tu amor: existencia, vida cristiana, vocación sacerdotal, ministerio pastoral de sacerdote y obispo de la Iglesia; familia, seminario, presbiterio, Conferencia Episcopal, personas consagradas, apóstoles seglares…dificultades y sufrimientos, gozos y alegrías, salud y enfermedad. Gracias Padre»

Después, siguió explicando monseñor Melgar, el testamento espiritual continúa con una petición de perdón a toda la diócesis: «Os ruego miréis con bondad y piedad mi pobre vida y ministerio sacerdotal entre vosotros: que perdonéis mis deficiencias, sobre todo si, en algún momento, he sido ocasión de escándalo para alguno».

El testamento concluye hablando de la hora de la muerte y del consuelo por haberse fiado de Dios: «En esta hora, Señor, me llena de consuelo, de esperanza, de alegría, tu palabra, tu presencia, tu Iglesia “sé de quién me he fiado”. Sé que si morimos contigo, viviremos contigo, que si perseveramos reinaremos contigo. Porque incluso si hubiéramos sido infieles contigo, Tú permaneces siempre fiel, pues no puedes negarte a Ti mismo (cf. 2 Tim 2,8. 11-13). Sé que Tú eres mi pastor, que nada me falta; que me haces recostar en fuentes tranquilas, que no debo tener miedo, aunque tenga que pasar por cañadas oscuras, porque Tú vienes conmigo; que tu bondad y tu misericordia me acompañan hasta la Casa del Padre por años sin término. Me pongo, Señor, en tus manos. Tú eres mi Padre».

«En nombre del Dios del amor sus manos bendijeron, sus palabras confortaron y su presencia -incluso silenciosa- testimonió con elocuencia que la cercanía y misericordia de Dios son infinitas, que su compasión es inagotable».

Tras las palabras de don Rafael, don Gerardo explicó cómo el obispo fue un regalo para toda la Iglesia diocesana, que «con sus gestos y palabras dejó siempre traslucir el amor a Dios y a la Iglesia» siendo un obispo «cercano a todos», que dio su vida siendo sacerdote: «En nombre del Dios del amor sus manos bendijeron, sus palabras confortaron y su presencia -incluso silenciosa- testimonió con elocuencia que la cercanía y misericordia de Dios son infinitas, que su compasión es inagotable».

Don Rafael fue enterrado en la vía sacra de la Catedral

Al término de la misa, monseñor Gerardo Melgar se dirigió al féretro, que incensó y asperjó mientras la Coral Diocesana entonaba Al paraíso.

El féretro ocupa ya la vía sacra de la Catedral, donde se inhumó el cuerpo con la presencia cercana de los obispos.

Asistentes a la celebración

La Catedral se llenó de fieles para la despedida de don Rafael, con más de cien sacerdotes y numerosas autoridades civiles, militares, entre las que se encontraba SAR Pedro de Borbón-Dos Sicilias, Decano – Presidente del Real Consejo de las Órdenes Militares.

Concelebraron nueve obispos junto a Mons. Gerardo Melgar: Antonio Algora, obispo emérito de Ciudad Real; Braulio Rodríguez, arzobispo de Toledo; Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara; Ángel Collado, obispo de Albacete; Ciriaco Benavente, obispo emérito de Albacete; Ángel Rubio, obispo emérito de Segovia; Rafael Palmero, obispo emérito de Orihuela-Alicante y Victorio Oliver, también obispo emérito de Orihuela-Alicante y gran amigo de don Rafael.  

Además, participó en la celebración el párroco de Noez, el pueblo natal de monseñor Torija.