La fe, una vida que hay que vivir cada día

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    Hoy que están de moda las encuestas para todo, podríamos hacer una, preguntando a los cristianos bautizados lo que significa para cada uno tener fe.

    Las respuestas serían innumerables, pero podríamos agruparlas en unas respuestas que se repetirían en grandes grupos y que podrían ir por este camino:

    Para muchos, tener fe en Dios es creer que algo tiene que haber después de esta vida, pero que no tiene repercusión en la forma de vivir la vida.

    Para otros, creer es afirmar que Dios existe y ya está.

    Otros dicen que creen, pero que no practican.

    Otros dicen que no creen, pero que, a sus hijos, los llevan a recibir los sacramentos porque así se ha hecho siempre.

    Otros dicen que, para ser creyente, es necesario practicar y alimentar la fe, con distintos medios, para poder vivir lo que la fe les exige. Que la fe consiste en vivir un estilo de vida que Cristo pide a sus discípulos y seguidores.

    En estos y otros grandes grupos, casi interminables, podríamos agrupar la manera de entender la fe.
    Jesús, en el evangelio que proclamaremos en la eucaristía de este domingo, les explica a los sacerdotes y ancianos del pueblo, con una parábola, dos actitudes que se pueden tener frente a Dios.

    Se trata de un padre, que tiene dos hijos, y le dice a uno de ellos: Ve hoy a trabajar a la viña. El  hijo le contesta: No voy, Señor, pero luego se arrepintió y fue.

    Hagamos de nuestra fe, no algo teórico, sino que sepamos comprometernos y transformar nuestra vida porque tratamos de vivirla desde lo que Dios nos pide en cada momento

    La misma propuesta le hace al otro hijo: Vete a trabajar a la viña. El hijo le contestó: Voy, Señor, pero no fue.
    Jesús les pregunta a aquellos para los cuales está hablando: ¿Cuál de los dos hijos hizo la voluntad del padre? Ellos contestaron: El primero, que dijo que no iba, pero luego se arrepintió y fue.

    Jesús les dijo a aquellos sacerdotes y ancianos: Así os pasará a vosotros, que os adelantarán en el Reino de Dios los pecadores públicos y las prostitutas, porque todos estos, aunque llevaban una vida disoluta, cuando vino Juan y les enseñó el camino de la justicia, se arrepintieron y creyeron; pero vosotros aún después de haber visto esto, ni os arrepentís ni creéis.

    Traducido a nuestro lenguaje de hoy, podríamos aplicárnoslo a nosotros como creyentes y nos daríamos cuenta de que hoy hay mucha gente que fue bautizada, pero después no les dice nada la vida cristiana. Están bautizados, ya lo tienen todo hecho y su vida transcurre por caminos de negación de Dios. Es decir, viven, no como bautizados que con fallos tratan de vivir lo que el Señor nos pide, sino que viven como si Dios no significara nada para ellos.

    Creer en Dios significa que estamos comprometidos con lo que es la voluntad de Dios y que Cristo nos explica en el evangelio

    La fe es una vida que hemos de vivir, que pide un estilo determinado de vida, que tiene unas exigencias que yo debo asumir y vivir, que Dios debe ser lo más importante para nosotros y nos pide que vivamos con un estilo determinado de vida y unas exigencias determinadas.

    La fe en Dios, o se vive en la vida de cada día desde lo que Dios nos pide, desde las exigencias que lleva consigo el ser discípulo de Cristo, o no es nada, aunque de pequeños nos llevaran nuestros padres a bautizar.
    Creer en Dios significa que estamos comprometidos con lo que es la voluntad de Dios y que Cristo nos explica en el evangelio.

    Pero si no conocemos ni lo que nos pide Jesús, ni conocemos al Dios que Cristo nos da a conocer en el evangelio, si nuestra vida de fe no nos lleva a vivir de acuerdo con lo que Cristo nos propone y pone como aquello en lo que los demás conocerán que somos discípulos suyos, no estamos siendo creyentes, porque creer es vivir de acuerdo con lo que Dios nos pide y nosotros no lo vivimos.

    Si nuestra fe no es vida, nos identificamos con aquel hijo que dijo a su padre que iba a trabajar y luego no fue. Cuando nuestra fe es vida que intentamos hacer realidad cada día, aunque fallemos, pero si somos capaces de arrepentirnos y volver a intentarlo, entonces nos identificaremos con el hijo que dijo que no iba y luego se arrepintió y fue, e hizo lo que el padre le pedía, la voluntad del padre.

    Hagamos de nuestra fe, no algo teórico, sino que sepamos comprometernos y transformar nuestra vida porque tratamos de vivirla desde lo que Dios nos pide en cada momento.

    + Gerardo
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