Ignacio de Antioquía

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    Es un santo de comienzos del s. II. A pesar de esa antigüedad, sus escritos lo revelan con el frescor de lo reciente. Era norma que, en todo el ámbito del Imperio, los condenados a muerte aptos para luchar con las fieras, fueran enviados a la capital para servir de diversión a los romanos. Ignacio fue condenado en tiempos del Emperador Trajano. Difícil es imaginarlo resistiendo la acometida de las fieras como un forzudo atleta, pues era ya anciano. A pesar de esto, fue juzgado digno de ser enviado a morir en Roma en las garras de las fieras. Es que era Obispo de Antioquía, ciudad donde se apodó "cristianos" a los seguidores de Jesús, y de donde salieron S. Pablo y S. Bernabé para evangelizar el mundo entero. 

    Aunque el viaje desde Siria a Roma fue muy duro por el trato que recibía de los soldados, en los puertos donde hacía escala salieron las comunidades cristianas a recibirlo como un triunfador. Y él aprovechó, además, esas escalas para escribir siete cartas, que constituyen el tesoro más antiguo de la literatura cristiana. En ellas aparece la primitiva organización de la Iglesia, apiñada en torno al Obispo, rodeado de sus presbíteros y diáconos, en perfecta sintonía como las cuerdas del arpa. 

    En la carta a los romanos, aparece algo sorprendente: suplica que no imploren la misericordia para él, arrebatándole la oportunidad de morir por Cristo: «Porque no conseguiré jamás otra ocasión igual para llegar a Dios... Dejadme ser pasto de las bestias... Soy trigo de Dios y seré molido por los dientes de las fieras a fin de ser encontrado pan puro de Cristo... Entonces seré discípulo verdadero de Jesucristo». Listado completo de Santos