El Triduo Pascual

Acostumbrados a hablar de “Semana Santa” conviene que los cristianos caigamos en la cuenta de lo que la Iglesia considera el centro del año litúrgico (en el interior de esta semana) y de la expresión de la fe que vivimos: el Triduo Pascual. La Carta circular sobre la preparación y celebración de las fiestas pascuales, en el nº 38 lo define así:
“La Iglesia celebra cada año los grandes misterios de la redención de los hombres desde la Misa vespertina del Jueves en la Cena del Señor hasta las vísperas del Domingo de Resurrección: este periodo de tiempo se denomina justamente el “triduo del crucificado, sepultado y resucitado” (san Agustín, Ep. 55,24), y se llama también “Triduo Pascual” porque con su celebración se hace presente y se realiza el misterio de la Pascua”.
En definitiva, es lo que san Pablo nos dice: “os recuerdo, hermanos, el evangelio que os prediqué: que Cristo murió por nuestros pecados, que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las escrituras” (1 Cor. 15, 1-4).
Viernes Santo (muerte), Sábado Santo (espera, silencio, descenso de Jesús a los infiernos) y Domingo de Resurrección (Vigilia Pascual, Vida) son el “triduo pascual”. Además, se incorpora la Misa del Jueves Santo por la tarde sintetizando lo que es el misterio de la entrega del Señor y su victoria.
Habría que hacer un esfuerzo para celebrar la Pascua de forma unitaria, una unidad dinámica que tiene su raíz en la persona de Cristo: el Crucificado es el Resucitado y el que se nos hace presente en la Eucaristía. El triduo celebra un único acontecimiento, el paso de Cristo a la nueva existencia a través de la muerte. La muerte ya es victoriosa. La resurrección es redentora. Pascua no sólo es la gloria de la resurrección, es también el llanto del Viernes y del Sábado, la mirada emocionada a la Cruz y el ayuno de dos días por el Esposo que nos ha sido arrebatado. Y a la vez es esperanza y convicción de que pasará a la nueva existencia y nos arrastrará a nosotros consigo. Experiencia central de la fe que como Iglesia hemos de celebrar.


La imagen que ilustra este artículo pertenece a la parte izquierda del díptico de Jan Van Eyck «La Crucifixión y el Juicio Final», que se expone en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Representa el momento de la “lanzada”, con una muchedumbre alrededor de la cruz de Jesús y las de los ladrones. Al fondo, Jerusalén, y en primer plano se representa el dolor de los más cercanos a Jesús, con San Juan consolando a la Virgen María. Como curiosidad, está puede ser la primera obra que representa la Luna.