La obra del mes del Museo Diocesano

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La escena evangélica de Cristo clavado en la cruz es el momento más importante de la Pasión de Jesús pues con su sacrificio en la cruz termina su misión redimiendo a la humanidad del pecado original. Se encuentra registrada en los cuatro evangelios: Mt 27, 33-44; Mc 15, 22-32; Lc 23, 33-43; Jn 19, 17-30.

La Cruz es un misterio de perdón. El sufrimiento de Jesús y su muerte representan los aspectos centrales de la teología cristiana, incluyendo las doctrinas de la salvación y la expiación.
 
La hermosa talla anónima del siglo XVIII, de madera en bulto redondo y policromada (29 x 82 cms. (cruz)  67 x 65 cms. (talla)), perteneciente a la parroquia de Ballesteros de Calatrava, es una de las piezas que desprenden más sensibilidad piadosa e intensidad de fervor y emoción de nuestra colección. El Cristo -de muy buena calidad artística y con muy buena anatomía- clavado en la cruz no evoca únicamente su sacrificio, sino que es el emblema de la redención y salvación del género humano.
 
Iconografía

El escultor sigue para esta representación el modelo del crucificado de tres clavos. Representa a un Cristo ya muerto (en el momento en que ha entregado su espíritu al Padre), en actitud de sereno abandono; serenidad que se desprende de la contemplación de su figura que subraya el valor redentor de la cruz; además, evidencia la belleza divina e inefable, de acuerdo con la creencia de que Cristo fue el más bello de los hombres, como afirma uno de los salmos mesiánicos (Speciosus forma es prae filiis hominum [Eres el más hermoso de los hijos de los hombres], Vulgata, Salmo 44 (45), 3).
 
Nos presenta el escultor  una robusta cruz de brazos rectos, (de cruz latina, que simboliza el "árbol de salvación”) de maderos escuadrados sobre la cual el Crucificado muestra un cuerpo joven y hermoso muerto, con los ojos cerrados. La cabeza caída hacia la derecha (ceñida en la frente una corona de espinas). Bigote y barba cubren el rostro (de estudio minucioso). Los abundantes cabellos están labrados en mechones bien individualizados, cae sobre el lado derecho, ocultando la oreja, pero dejando la izquierda al descubierto.

El cuerpo adopta una postura natural donde los brazos comienzan a inclinarse ante el peso de su cuerpo, que se desploma y flexiona al caer inerte. Cristo está suspendido  en la cruz por medio de tres clavos, al ser taladrados los dos pies, dispuestos uno sobre otro. Las piernas ligeramente arqueadas. La figura de Cristo, insinúa ese claro contrapposto, levemente helicoidal, cuyo torso presenta las costillas y el tórax ligeramente marcados. De su costado derecho derrama sangre (la sangre, es el vino de la Nueva Iglesia a la que proclama su fe el soldado), muestra una herida sangrante como si hubiera sido traspasado por una lanza, producida cuando ya Cristo había expirado, indica que está muerto; pero parece tenerse derecho contra la cruz, “sumido en dulce sueño, antes que muerto por muerte amarga”, según la elocuente frase de Bernardino de Pantorba. Grandes chorreones de sangre resbalan desde las muñecas hacia las axilas. El agua y la sangre representan a la Iglesia cristiana nacidas del costado de Cristo en sus dos sacramentos básicos: Bautismo y Eucaristía.
 
La anatomía del cuerpo presentar una tonalidad en la piel marcadamente pálida, se resuelve con unas carnaciones a base de tonos azul-rosados, que dan unas calidades perladas y matizadísimas a la piel, que consigue una tibieza casi humana.
Jesús cubre su cuerpo únicamente con un paño de pureza (subligaculum o perizonium), bajo el vientre, abultado, en color rojo, anudado sobre la cadera izquierda. De pliegues rectos y simétricos  (Los evangelios canónicos mencionan que sus vestidos se sortearon entre los soldados y en el evangelio apócrifo de Nicodemo dice que “le ciñeron un lienzo” cuando le despojaron de sus vestiduras). Según la tradición, la verdadera reliquia del perizonium se conserva en la catedral de Aquisgrán.
Los pies pequeños y sangrantes (presentan un color azulado) se clavan con un solo clavo, también fino y puntiagudo.
Cristo clavado en la cruz no evoca únicamente su sacrificio, sino que es el emblema de la redención y salvación del género humano.
 
Mensaje
 
El Amor es la causa y el fin de la muerte de Jesús por los hombres. Dios se mueve por amor. Por amor envió a su hijo al mundo y por amor murió en la cruz.

Jesús crucificado nos ofrece nuevas opciones para la vida: el respeto a la diversidad, el fomento de la libertad y la práctica liberadora de la solidaridad.
  
Texto: Ana María Fernández Rivero