Vivos y difuntos en íntima comunión con Dios

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Cada miembro del cuerpo tiene su oficio, pero cuanto hace uno repercute en los demás miembros. La imagen paulina de la Iglesia como cuerpo ha quedado como una de las figuras más entrañables de lo que es la Iglesia subrayando una dimensión personal y particular y, al mismo tiempo, comunitaria. Cuanto afecta a un miembro afecta a toda la Iglesia; si hay beneficio, todos encontramos ganancia, si hay daño por el pecado, lo habrá también para todos. Esta realidad de familia tan íntimamente unida es posible porque el Padre Dios nos ha hecho hijos en su Hijo Jesucristo, y nos mantiene unidos a Él y entre nosotros en el Espíritu Santo. La unión es tan fuerte que la muerte no produce lesión en estos vínculos. Por eso sigue existiendo una estrecha relación entre los difuntos y nosotros, a pesar de las diferencias que son evidentes. Ellos ya han cumplido su tiempo en este mundo con el ejercicio de su libertad, mientras que nosotros estamos aún en ese trance; ellos ya han decidido sobre la Vida eterna; nosotros lo estamos haciendo. Pero ambos participamos del mismo amor a Dios y al prójimo y de una misma peregrinación hacia la Casa del Padre. Aun siendo un mismo camino, existe distinta situación en el recorrido: los que ya gozan de la más íntima unión con Dios, los santos; quienes, habiendo acogido ya la salvación de Dios aún necesitan un proceso de purificación, los fieles difuntos; y nosotros, que peregrinamos en este mundo entre los quehaceres cotidianos.

Conociendo esta íntima relación de comunión, desde muy antiguo los cristianos honramos la memoria de los difuntos pidiendo por ellos en oración y ofreciendo la Eucaristía, como ayuda para la purificación de sus pecados y la llegada a su meta definitiva en el Reino. Y, al mismo tiempo, siendo conscientes de que ellos también son intercesores nuestros, orando por ellos hacemos eficaz esa intercesión, nos dejamos ayudar por ellos. Unos y otros, vivos y difuntos, nos propiciamos el encuentro de comunión con Dios y con los hermanos para la eternidad.

Por Luis Eduardo Molina Valverde.  Publicado por primera vez en Con Vosotros de 1 de noviembre de 2015.