Dios y el dinero o el dios del dinero

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    Para la semana del 18 de septiembre de 2016

    «No podéis servir al mis­mo tiempo a Dios y al dinero» (Lc 16, 13). Esta frase con la que termina este fragmen­to del evangelio de San Lucas de este domingo, tiene su fundamento en la experiencia de cada uno de nosotros, en nosotros mismos o en los demás.
    En esta sociedad de consumo, en la que lo material es para una mayo­ría el objetivo principal a lograr en su vida, nos muestra claramente que no podemos servir a Dios y al dinero.
    Dios es Dios y merece todo nues­tro amor, nuestro respeto y nuestro culto. El dinero es necesario para vivir, pero como un medio, nunca como un fin al que sirvo, por el que lucho con exclusividad, y al que so­meto mis mejores valores.
    «No podéis servir al mismo tiem­po a Dios y al dinero».
    Servir a Dios exige ponerlo a Él en el más importante de nuestra vida, en el primero al que rendimos honor, culto y gloria y a cuyo servicio pone­mos todo lo demás.
    El servicio a Dios pide de nosotros ponerlo a Él como fin último y único al que servimos. Todo lo demás que compone y forma parte de nuestra vida, son medios para acercarnos y vivir mejor lo que Él nos pide.
    Servir a Dios pide de nosotros, te­ner una escala de valores auténtica, en la que Él ocupe el objetivo prime­ro de nuestros intereses y dar el justo valor y el lugar mucho más secunda­rio en nuestra vida a los demás me­dios que tenemos a nuestro alcance, incluido el dinero.
    Hoy por desgracia, en un mun­do materialista y materializado, en el que —tanto tienes, tanto vales—, corremos siempre el riesgo de cam­biar el orden y poner el dinero como lo más importante de nuestra vida y a Dios le dejamos relegado a deter­minadas situaciones —normalmente dolorosas— en las que no nos queda más remedio que acordarnos de Él.
    El dinero nunca da la felicidad au­tentica, porque cuando uno ha logra­do tenerlo, no se conforma con lo que tiene, sino que siempre aparece el an­sia de tener más, y en vez de conver­tirse en lo que cubre una necesidad, en vez de llenar un vacío, lo crea.
    Servir a Dios es reconocerle como único Señor y Dios de nuestra vida. Por eso, si se le sirve a Él no se pue­de servir al dinero, porque entonces éste se convierte en el ídolo, el dio­secillo al que el ser humano sirve y Dios deja de ser al que se sirve sobre todas las cosas, para ser relegado a puestos inferiores que les corres­ponde no a Dios, sino a los medios al servicio del mismo.
    Muchas veces y mucho más en este ambiente materialista en el que nos mo­vemos , hemos de preguntarnos personalmente ¿qué pues­to ocupa Dios en nuestra vida? ¿Qué importancia le estoy dando? ¿Realmente ocupa un primer lugar en mis intereses o es alguien sin demasiada importancia?
    Igualmente tendremos que pre­guntarnos qué importancia damos al dinero, a lo material, al tener más y más, porque si no nos lo pregun­tamos, fácilmente cambiamos a Dios por el dinero, en cuyo caso, el Dios de nuestra vida no es el Dios de Jesu­cristo, sino el dios dinero al que ser­vimos, nos dejamos esclavizar por él y lo material se convierte en el centro de nuestras preocupaciones y pro­yectos, y el que gobierna y rige nues­tra vida en vez de ser Dios el que lo haga.
    No podemos servir a Dios y al di­nero.
    Feliz Domingo para todos.
     
    + Gerardo

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